Decía
Gabriel García Márquez que escribía para que sus amigos lo quisieran al tiempo
que sonreía con sosegada amabilidad para los desconocidos que cariñosamente lo
llamaban "Gabo" sin haberse topado siquiera en otra vida. Escribiendo
y no de otra forma se hizo de millones de amigos que con el paso de los años lo
fuimos queriendo como si de verdad hubiéramos visto con los ojos de Remedios la
bella, porque contemplamos la muerte de Santiago Nasar o de cuando en cuando
nos ataca el síndrome de Florentino Ariza.
No
me sorprendió que tuviéramos un pensamiento similar; no obstante, si nos
atenemos a la unilateral y homogénea línea del tiempo, fue él quien lo dijo
primero. Pero igualmente dijo que las ideas no le pertenecen a nadie...
Gabriel García Márquez. Foto: La Jornada.
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Yo
siempre argumenté que escribía porque quiero que las personas estén orgullosas de mí
y me quieran. Lo dije como a los ocho años cuando descubrí un poema de Sabines,
a los doce cuando leí la primera de una docena de novelas de Saramago y a los
veintidós cuando me encontré con José Carlos Becerra.
Pero
no hay escritor con suficiente vida si no tiene por lo menos un par de reveses.
Un mal editor, un texto que no causó efecto o lo peor: perder tres años de
cuentos, cartas, poesías y desvaríos por un error informático. Hace casi ya dos
meses perdí el documento que contenía la esencia de mis noches, la acuarela de
mi dicha y mis lágrimas de tinta vertidas sobre el invisible cielo de mi
computadora.
Sentí
como si me hubieran quemado la casa, como si el huracán hubiera pasado encima
de mí o como cuando un ladrón descubre que le han vaciado el departamento. De ello
no quedó más que algunos fragmentos que conservo porque algunas noches tuve el
arrebato de mandar a remitentes al azar.
Me
gustaría decir que me he recuperado del cruel gazapo de esta triste tecnología.
Como paliativo, diariamente escribo para un periódico especializado y de vez en
cuando me da por escribir un reportaje que mis editores mutilan.
Tengo
veintiséis años y escribo de finanzas y economía para El Financiero. Hace como
una década, cuando tomé la decisión de estudiar periodismo porque sabía que lo
que quería era escribir y trastocar conciencias con una buena estructura. Ya
antes había pensado en estudiar letras inglesas o cualquier cosa que me pusiera
frente a una página qué llenar con sesudos comentarios y profundas
investigaciones.
No
obstante, pasaron muchos años tras haber los pasillos de la universidad para
que pudiera ver mi nombre escrito en las páginas de una publicación impresa, lo
cual sucedió un 16 de abril de 2013, cuando mi primer texto apareció en Hacker
de Excélsior.
Cuando
el entusiasmo se me enciende escribo cuentos como queriendo reescribir lo que
es probable que un día olvide y para que las personas que quiero no dejen de
quererme. Los que me conocen, saben que en el punto álgido de mi ternura suelo
poner en sus ojos palabras mías como la ofrenda más preciosa que puedo ofrecer
por el amor que me dan.
Mi primera portada. Reedición de El Financiero. Miércoles, 26 de febrero de 2014. |
Quién
sabe cuál es el impulso que me lleva a escribir y preguntar por historias, a
tomar las palabras y estructurarlas entre cifras y gráficos y por otro lado
juntar los fragmentos de mi imaginación cuando me da por hacerle al cuento.
Escribo
para saber de ustedes y conocer el mundo, porque para poder escribir una página
antes debimos de haber leído unas cien.
Escribo
porque nací para esto. Escribo 'por qué' y me llena el horizonte. Gracias a
ustedes por leerme, porque creo que es así como se construye el mundo: por
quienes lo escribimos al mismo tiempo que buscamos leerlo.
Esta es quien les escribe (en una toma selfie, tan de moda ahora). En ocasiones también sale en tele, pero esa es otra historia. |