A una distancia de tres sueños profundos de la galaxia más cercana, en un planetoide provisto de tres lunas que se ponían una tras la otra en el horizonte, un niño miraba la sábana cósmica de las estrellas. A través la asimetría de un ventanal con cristales hechos de pensamientos, la abismal mirada celeste del pequeño paseaba la vista por aquél increíble puntillismo estelar.
-Mamá... una estrella se está apagando- dijo el chiquillo en un idioma que adivinamos como ajeno y alienígena, y que pretendemos traducir según lo que dicta la imaginación.
Tres sueños galácticamente más próximos a esta irrealidad, en la quietud crispada de nuestro planeta, el calendario occidental precisaba a las fragiles consciencias su ubicación temporal: 28 de marzo de 2009.
Ese día, un reducido grupo de humanos convino disminuir el luminoso artificio con el que la sociedad suele opacar la luz de las estrellas, argumentando que de esa manera manifestarían a los demás su preocupación por la perturbación reciente de la temperatura planetaria. Y así como intento contarlo, así intentaron apagar la incandescencia eléctrica que sobrecalienta los bombillos y la faz terrestre.
Allende las tres ilusiones que distancian la mirada celeste del niño extraterrestre del intento humano (como son todos los intentos: irremediablemente humanos); la luz menguada del planeta Tierra se hizo una estrella opaca en el mirar sin tiempo del niño.
En aquél planeta del cual desconozco el nombre, corría el año 1509 cuando una mínima porción de la humanidad terrestre acordó sofocar la incandescencia ponzoñoza de un fulgor artificial y el niño apenas tuvo cuenta de aquél bienaventurado deseo al contemplar cómo se mitigaba la luz de la vida.
Tuvieron que pasar quinientos años entre este momento y el año 2009 en aquél astro para que al fin se apagara la luz de esta estrella. Minutos más tarde o generaciones ulteriores al niño que observó la naciente opacidad de esta nuestra tierra; otro niño con mirada de ocre vio cómo esa misma estrella tuvo un momento de exquisito fulgor antes de apagarse por completo, como un desconsolado intento por brillar perpetuamente en la universalidad del recuerdo.
Y así, una nostalgia cósmica se transparentó en los ojos del niño extraterrestre que, a la distancia, fue testigo impensado e incosciente del fin de nuestro mundo.