Toda
mi vida supe de temblores.
Siempre
desperté con la suave oscilación de un brazo en mi hombro diciendo “ya es hora…”
para irse a la escuela. La fuerte sacudida del nervio al estar acompañada. El
simulacro escolar sólo para hacerme correr. La voz trémula al hablar en
público. La agitación del corazón cuando aprendí a andar en bicicleta. El
terremoto neuronal en el examen de química.
Luego
vino el amor y su trepidación. El estremecimiento de una caricia. Tiritar de
deseo. La impredecible vibración de un orgasmo.
Hemos
estado en sismo todo el tiempo, pero sólo cuando se sacude la tierra podemos
percibirlo.
9.2.1
en escala de Rodríguez-Pacheco para el corazón. 6 en la escala Saffir-simpson para
mis ojos.