¿Ha visto usted esos gruesos librajos apelmazados en los libreros? Van de los tratados insensatos de física y otras disciplinas complejísimas que pocos en verdad comprenden hasta los ensayos tan vastos como la misma realidad que tratan de describir.
Todos ellos, evidentemente tienen excepciones; pero vayamos caso por caso:
Si usted se ha paseado por las bibliotecas universitarias, probablemente haya encontrado pasillos repletos con los abultados volúmenes de tesis relegadas a los confines del olvido académico. Más de uno ha gastado la candidez de sus horas en la elaboración de tomos que nadie leerá en su totalidad, a no ser por el propio autor. Si usted fue universitario, trate de contestar esta pregunta con la más feroz de sus honestidades: ¿Alguién se chutó su tesis nomás por gusto? Si responde que sí y se vuelve mi detractor, menciónelo en el buzón de quejas. Si usted en cambio, está pasando el tormentoso camino de la licenciatura y planea elaborar una tesis, dígame si alguien que no sean sus asesores, sinodales y demás secuaces magisteriales harán el honor de leer la tesis que le pondrá la etiqueta de Licenciado a su curriculum.
El segundo caso de los libros que nunca se terminarán de leer son los manuales de consulta y los siempre utilísimos tumbaburros. Claro, todos pasamos los ojos por los voluminosos ejemplares, pero nunca va más allá de unas páginas a la vez. La condena de la sapiencia elemental del diccionario es que nadie va a leerlo completo si no es por obligación. (Imagine usted el bochorno de ver a alguien en el metro leyendo un diccionario). ¿Se acuerda usted de los miles de tomos del Nuevo Tesoro de la Juventud?
La tercera de mis categorías es quizá la más penosa de todas: son los libelos revanchistas que se ostentan apilados a la entrada de la librería de ocasión a precios exhorbitantes. Podrían ser ellos calificados como literatura de ficción, pero creo que el mote de literatura es rimbombante, exgerado e inapropiado para tales engendros editoriales. Puede que haya algún canchanchán que los lea y se paseé sonriente por el metro o la cafetería con la novedad esfervescente de ciertos títulos siniestros como los que a continuación enunciaré y que no tienen un orden preciso:
Mi Verdá - Juan Osorio
Derecho de Réplica - Carlos Ahumada
Doña Perpetua - Autores que no recuerdo hablando de Elba Esther Gordillo
Soy- Niurka
Señal de Alerta - Manuel Espino
El Despojo - Roberto Madrazo
Volcán Apagado - Anel (una ex de José José)
La Década Perdida - Carlos Salinas de Gortari
La Gloria por el Infierno - Aline Hernández (¿Se acuerda del escandalito Trevi?)
La Mafia nos Robó la Presidenica - Andrés Manuel López Obrador
Con Todo El Corazón - Rosario Robles...
Y un cúmulo más de hitazos editoriales ramplones y de mal gusto (puede usted añadir el que más asco le haya provocado).
Al verlos ahí, acomodaditos en los estantes da un sentimiento como de ponzoñoza revulsión por aquél mentecato que publicó tales aberraciones en papel. ¿Quién, en su sano juicio al llevar a cabo el verbo de la lectura, puede siquiera malgastar su dinero en esas monstruosidades?
Casi todos ellos son gruesos libro con tipografía de gran tamaño queriendo aparentr una prolija creación. Si usted es de esos idiotas que compra la categoría maldita de los libros, al menos podría poner un pero por el magnífico despilffaro de papel.
Son ellos los libros eternamente reseñados en los diarios de circulación nacional por los mismos antagonistas (Salinas dice que...) o quienes son mencionados en las páginas. Seguro algún ingenuo de la redacción tuvo que embutirse las palabras de alguno de estos escritorazos y no fue digamos, por gusto.
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El mundo está escrito en prosa. Me vale lo que digan: para mí es prosa y se acabó, que para eso es mi blog (si quiere usted quejarse, hay un apartado dedicado a que le ponga peros a mi afimación).
Cada uno de los muros que nos separan, las ventanas por las que nos asomamos y las escaleras que subimos están conformados de una proporción infinitesimal de párrafos significantes, tan minúsculos que apenas si podríamos leer las letras de que el mundo está plagado.
Algunos trastornados nocturnos como su inconsistente escritora, buscamos versos en los textos del mundo. Creo como premisa cierta que antes de la escritura tal y como la conocemos hoy, el mundo se escribió en cada objeto, en cada planta: la hermosa floresta donde se reflejan las estrellas consteladas de indiferencia.
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Hay textos que nacieron bajo el estigma de una lectura superficial, amén de los torpes lectores que abren sus páginas. Hay textos amplísimos que desde que nacieron, pese a la brillantez de sus hipótesis, están condenados a la implacable sentencia del estante y el fino polvo que los cubre de desdén, amén del incauto destintatario elegido para no leer la totalidad de la grandeza en desuso.
Yo misma tengo mi libro y estoy segura que fue escrito para que sea leído por los ojos profanos y anónimos de aquél que me conoce tanto y tan poco, que comprende cada una de mis palabras.
El respiro musical de la semana: