jueves, 26 de noviembre de 2009

Post Nuevo

Pocas cosas reemplazan la amena sensación de romper el empaque. Somos los dueños y seremos también los primeros en probar su lozanía. Lo inédito, lo desconocido, la incertidumbre de lo que vendrá, su frescura dispuesta sólo para nosotros. Flamante e insospechado, accidental o premeditado: es lo nuevo.

Hablo de esa incertidumbre deleitosa, la seducción de lo efímero, el placer de un estreno, el deleite de la novedad, la efervescencia emergente, la presentación de lo insospechado…

De lo nuevo se llenan las planas de los diarios y de novedad se nos colma la boca y los ojos cuando leemos sus páginas. Quien niegue su gusto por la novedad, miente casi siempre.

Bajo ese deseo, asistimos a estrenos de películas, esculcamos en las estanterías de novedades en las librerías, esperamos el lanzamiento del siguiente disco, la presentación de obras en la galería, contemplamos con admiración al nuevo en la oficina, estrenamos atuendos casi siempre en ocasiones que por su singularidad lo ameritan, inventamos palabras y las bautizamos como neologismos. ¿Que no nos gusta lo nuevo?

Aceptémoslo: nos regodeamos en ese hervor inmediato de la novedad y no sólo eso, sino que especulamos sobre su llegada: todavía no se publica y ya estamos vislumbrando las letras y la temática; aún no lo escuchamos, pero ya adivinamos la tonada; no se ha terminado de cocinar y ya nos saboreamos el manjar.

Decía Lipovetsky en su libro El Imperio de lo Efímero, que de novedad se llenan las estanterías y fundamentamos los preceptos de la sociedad contemporánea en una futilidad de escaparate. He ahí la moda y su bullicio ataviado de seda. Basados en la apariencia, mandamos al diablo la tradición. ¿A quién le importa una tradición cuando se está in?

En el terreno de lo personal, las cosas no distan mucho. No hay inquietud más agradable que imaginar el beso del hermoso extranjero; nada más memorable que el momento –esa breve fracción de tiempo- en que supe por primera vez de ti. Nada como el incierto vahído que sentimos cuando conocemos a alguien.

Hay quien gusta tanto de la novedad, que está en permanente cambio; su vida se vuelve una veleta atenta a la volubilidad del tiempo y de la época. A esos los llamamos volátiles e inestables, porque están subyugados a esa sensación irrepetible de lo nuevo. Aquél que se queda embelesado con la innovación está condenado no sólo a la futilidad, sino a la apariencia engañosa de lo pasajero y a la fugacidad momentánea. Son los perpetuos insatisfechos.

Ahí tiene usted a nuestros legisladores: reformadores permanentes de la ley, siempre con una iniciativa debajo de la manga. Están también los teóricos empecinados en crear conceptos e innovar en la academia. La actualización constante de los sistemas operativos para que al año tengamos que cambiarlo, el lanzamiento de marcas, la fabricación permanente de ideales. Hay quien inclusive ya envasó el olor a auto nuevo. Nos inventamos problemas, proyectamos escenarios, concebimos lo que sigue, lo que sigue, lo que sigue…

¿Por qué gustamos tanto de la novedad? ¿Será que el lastre de la civilización occidental es una ligereza desprovista de raíces? ¿Es cierto eso de que la chancla que yo tiro no la vuelvo a levantar?

Esa insatisfacción no es nueva y son ya muchas generaciones disgustadas en permanecer. El anhelo y la inquietud quizá sean lo único que se arranciará en nuestro comportamiento. Yo misma vivo de la inmediatez y por eso hoy escribo este post nuevo. En una semana lo supliré con ideas etéreas, frescas y… nuevas.


Renovarse o morir

Que no se me malinterprete, porque no pretendo que carguemos con los vicios añejos para la posteridad. No es mi intención exhortarlos a que se afanen a todo hasta que ese todo se haga un guiñapo. No se trata de morir o matar… Renovarse también implica corregir y depurar.

Quiero suponer que el día en que lo nuevo llegue sin esa urgencia de siempre y aparezca como una mutación natural a algo mejor, entonces sí… seremos una civilización renovada.


N.B. Como diría Pelo... cuando la imaginación me escasea, cito autores.