martes, 21 de noviembre de 2017

Corrí un Gran Fondo de 100 km en una bicicleta plegable

Lo hice, aunque los compañeros ciclistas me veían con una expresión entre asombro, espanto, burla y respeto. Pero voy a empezar desde el inicio, es decir, en el big-bang de esta historia de equilibrios y necedades.


Darinka Rodríguez y su medalla del Gran Fondo MX 2017
Nótese que el casco ya está en el suelo


Yo no supe andar en bicicleta hasta que no cumplí 21 años y fue eso lo que me hizo la apasionada que soy de movilidad y de bicis: fue mi primera terquedad, aprender a destiempo. Tengo libros sobre ciclismo urbano y profesional, además de ser la feliz propietaria de tres biclas que me han llevado a lugares donde el pensamiento vuela y otros donde no hay caminos amables para andar.


Me volví una apasionada de un instrumento tan bello como poético, y hoy en día soy lo suficientemente afortunada como para ir a mi trabajo todos los días en alguna de mis dos bicis, ambas me fueron obsequiadas en su momento por la persona que más me quería y hace un par de años perdí mi bicicleta de montaña, la única que yo me compré.


Tener una bici de características idóneas para un suave rodar no es nada barato, así que me he mantenido muy cómoda con mis dos aparatitos. Actualmente poseo un armatoste vintage que pesa como 13 kilos y donde es difícil andar cuesta arriba. La bici plegable modelo Napoles siempre resulta mucho más ligera para cualquier camino y es la que casi siempre escojo para trayectos largos.


Aquí rodando en mi bici vintage en febrero de 2011

Esta es mi bici plegable lista para el Gran Fondo 2017

Este año me inscribí al Gran Fondo que organiza Ciclismo para Todos a sabiendas de que no tengo un vehículo adecuado para andar los 100 kilómetros de la categoría en la que me anoté. Incluso pensaba en rodar los 120 km, pero se me hizo una barbaridad con la chiqui-bici, mientras que 60 km me los ando cualquier domingo en el ciclotón de la ciudad (no es por presumir, por cierto).


Cien kilómetros era la distancia que necesitaba para desafiarme a mí misma. Pensar en llegar en los tres primeros lugares era un disparate y ya ni hablemos de figurar en el Top 10. Lo único que quería era andar ese largo largo trayecto en mi bici plegable. El año pasado el trayecto se me hizo corto: Miguel me había prestado su preciosa y ligerísima Fixed, pero se nos hizo fácil y nos cerraron la vialidad antes de tiempo, por lo que apenas anduvimos unos 80 kilómetros.


Este año no pedí ninguna bicicleta prestada. Así que éramos mi plegable y yo para enfrentar esos 100 kilómetros.

¿No se notan las ojeras, verdad?


En punto de las seis de la mañana ya me encontraba en la línea de salida de la categoría de 100K. No estaba en la vanguardia, desde luego, porque habría sido una osadía, pero me podían ver haciendo mis estiramientos y tratando de calentar lo que más pude aunque los 8 grados centígrados de temperatura ambiente a esa hora lo hacían difícil.


Uno de los participantes me cuestionó: “¿Esa es la bici que vas a usar?” Pues sí, me pareció obvio decirle que sí, era ESA la bici que iba a usar. Luego me preguntó si ya había hecho un Gran Fondo anteriormente, respuesta que ya conocen. Me deseó suerte como otra decena de ciclistas a lo largo del camino.
Nótese la diferencia de bicicleta
Pasadas las seis y media de la mañana, organizadores y miembros del gobierno de la CDMX dieron el banderazo de salida. Primero salieron los que recorrerían los 120 kilómetros y luego mi grupo. Salí con el corazón dándome tumbos de la emoción. Los primeros 5 kilómetros fueron los más sencillos y del kilómetro 15 al 20 me vino en síndrome de ciclista fumador, con mocos y tos por todos lados.

Del kilómetro 20 al 50 fueron pura incertidumbre. Cuando tienes un camino tan largo por recorrer y no llevas compañía, no hay otro remedio que la meditación: por qué estoy haciendo esto, qué es lo que quiero demostrar metiéndome en esta carrera, en qué estaba pensando cuando me inscribí aunque no tengo una bicicleta para correr esas distancias y otras miles de funestas sentencias.


Los pensamientos se hacían cada vez más agudos en la medida que otros ciclistas venían a hacer comentarios de mi Napoles plegable: “mis respetos”, “qué valor”, “wow, con esa bici”, decían algunos. Cuando llegamos a la altura del camino previo a subirnos al segundo piso del Periférico me tomé mi primer descanso en el punto de hidratación.


Fueron apenas unos tres minutos para tomar líquidos, un poco de fruta y contemplar a todos los participantes tan bien armados con sus bicicletas, sus trajes de ciclista, sus barras energéticas y bebidas hechas para deportistas. Y yo me veía a mí misma tan ridícula: con mis licras de tianguis y mis tenis normales que me habían regalado. Lo único decente que traía puesto era el casco y ni eso, que yo uso un casco más bien urbano y no uno de esos aerodinámicos que usa la banda profesional.


No quise perder tiempo y seguí adelante. Naturalmente las subidas fueron lo más pesado de ese día. Incorporarse al segundo piso del periférico fue un triunfo en sí y el trayecto que va de Mundo E a Plaza Satélite tiene una infame inclinación que quita el aliento y te hace ir cada vez más lento. Hasta entonces había rodado a una velocidad promedio de 24 kilómetros por hora, según Strava.


Del kilómetro 50 al 70 todo fue obstinación, porque las miradas de otros ciclistas iban del asombro a la conmiseración. Los tramos empinados empezaron a bajar mi velocidad, pero mi pensamiento entonces era un impulsivo coraje que me obligaba a andar a pesar de que las piernas me respondían cada vez menos. Lo de la respiración ya había quedado superado mucho muy atrás, pero no la capacidad de mis piernas, que estaba en juego. Ya sólo me hacía falta que un calambre le fuera a dar al traste a la competencia.


Después del kilómetro 70 pensé en mí como una sobreviviente. Unos kilómetros antes, un ciclista con una bicicleta envidiable me había obsequiado un chocolate diciéndome que me ayudaría más adelante. Cuánta razón tuvo: por ahí del kilómetro 68, ya estando en el tramo cercano al sur de Periférico, me comí la barrita que me dio un impulso adicional para el resto de la carrera.


Aquí ya estoy a la altura de San Jerónimo
Después de apurar el chocolate y mientras luchaba por seguir cuesta arriba, una chica (con otra impresionante bici de ruta), me preguntó dónde estaba la meta del grupo de 60 kilómetros. La habíamos dejado atrás hace unos 8 kilómetros, así que le recomendé que de una vez se echara la ruta de los 100, que yo la veía tan campante y capaz. Con toda ligereza siguió hacia adelante y no la volví a ver. Cómo envidié su preciosa bici blanca con detalles en rosa fluorescente.


Después del kilómetro 85 tenía las piernas tan tensas como la situación política en Estados Unidos, pero estaba muy animada por haber llegado tan lejos: con seguridad sabía que había superado mi marca de la vez pasada con una bicicleta con una capacidad infinitamente menor que la anterior.


Dimos vuelta en Viaducto Tlalpan para recorrer los últimos 15 kilómetros. Entonces ya me puse un poco más contenta y de vez en cuando soltaba el manubrio para empujar mis piernas con los brazos, que nunca antes había sentido los muslos tan pesados al andar en bicicleta y sobre todo, después de tantas cuestas arriba.


Al regreso sobre Calzada de Tlalpan, todo estaba lleno de policías cuidando que ningún malhumorado automovilista se fuera a cruzar al lado de los conos azules que colocan siempre que hay uno de estos eventos. Ya con alegría saludaba a cuanto policía me veía y cantaba un poco de lo que escuchaba en mis audífonos.


Entonces pasó algo que no esperaba: uno de los organizadores del Gran Fondo pasó en su motocicleta y me advirtió que un kilómetro y medio atrás estaba ya una patrulla indicando que se abriría la vialidad. Y aunque traté de apurarme lo más que pude, las piernas ya no me daban para más.


Minutos más tarde, ya tenía a la patrulla justo detrás mío, a escasos cuatro kilómetros de la meta. ¡Cuatro kilómetros y yo ya tenía a la barredora de la poli encima! Como pude, saqué de mis piernas y de mi corazón el último mendrugo de energía que me quedaba.


Ese último tramo no dejé de gritar un segundo: los automovilistas atorados en Tlalpan me lanzaban miradas socarronas mientras otros me echaban porras: “tú puedes”, “¡vamos!”, al tiempo en que los policías no dejaban de vociferar que la vialidad iba a ser recuperada. Yo no dejé de echar esa clase de aullido que se emite cuando uno no puede más, pero saca fuerzas de flaqueza.


A unos metros de arribar a la Plaza Tlaxcoaque, un paso a desnivel me separaba de mi victoria. Un paso que implicaba una bonita cuesta abajo y una subida en curva que marcaría el final de la agonía de mis piernas, pero el inicio de mis laureles. Cuando por fin atravesé la meta, estaba Mario esperándome con un platanito en la mano y un beso en los labios.


De acuerdo con los tiempos oficiales, fui la última de las mujeres inscritas en la categoría de 100 kilómetros en llegar, y después de mí, nadie más llegó a la meta. ¡Último lugar para mí! ¡Por fin he sido la que más algo!


Fui por mi medalla, me comí otros cuantos plátanos, me bebí toda el agua que pude y me descubrí siendo la más feliz de haber llegado a la meta. Estuve a nada de tirarme en medio de la plaza para sobarme las piernas, pero en vez de eso posé para la foto y me puse a subir mi logro a redes sociales.


Estando en esa situación, recordé a los corredores que mintieron en sus resultados en el Maratón de la Ciudad de México de este año; los que se subieron al metro o simplemente desaparecieron del mapa y después posaron para la foto. Entiendo que uno busca reconocimiento, que se le aplauda el mérito de recorrer tantos kilómetros usando la propia fuerza, pero para eso también existen las carreras de 10 kilómetros o los medios maratones.


Les comparto los datos de mi aplicación y también lo que está disponible en la página de Márcate con los resultados oficiales bajo el nombre de Darinka Rodríguez Pacheco o el número de corredor 581. Nada de trampas, ni aunque haya andado en una bici pequeña. 100.3 kilómetros a 19.4 kilómetros por hora en 5:10:03, ni más ni menos.


Andar en bici es encontrar el equilibrio y escuchar la voz interior, por eso es prácticamente imposible mentir al respecto. Andar en bici es el desafío de abrirse camino y encontrarse a uno mismo. Por eso amo andar en bici.

lunes, 1 de febrero de 2016

100 razones para no estudiar periodismo que agradecerás en el futuro


Hay un momento en la vida de todo alcoholescente, adolescente en que tiene que pensar en su futuro... hay que escoger qué estudiar y no hay dónde esconderse, pues nadie quiere tener un Nini en el álbum de la familia.  

Los más afortunados (cualquiera que haya pisado más de un año una institución educativa a nivel medio superior), habrán salido de la horrorosa clase de Orientación Vocacional tres veces más confundido que cuando tenían, digamos, entre ocho y diez.

“¿Qué quieres ser de grande?” es una inocente pregunta que se suele hacer a los niños y que sutilmente esconde una navaja afilada a largo plazo, porque en su momento uno responde con seguridad infinita la profesión idónea para ESE momento de su vida.

Entonces uno desea ser astronauta Jedi surca-galaxias, doctora sana-corazones, poderosa policía incorruptible y algunos quisieran crecer sólo para volverse Spiderman y quién sabe qué otras cosas increíbles y poco mundanas.

Pasan los años y llega el triste momento en que tienes que lidiar con un mundo que no comprendes, una escuela que la mayor de las veces es un fastidio y para acabar de torcer la historia, empiezas a ser víctima de tus hormonas: tienes 16 años y es momento de elegir carrera.



Nene, no Nini, por favor.

Voy a contar mi historia porque es la primera que tengo a la mano y porque no me apetece contar la de alguien más (y por que el blog es mío). Cuando era niña quería ser de todo: científica, veterinaria, chef, médico, astronauta, presidente, paleontóloga, policía, modelo de pasarela y claro, por qué no... reportera y/o escritora (desde entonces ya ponía las dos cosas en la misma categoría, vayan ustedes a saber por qué).

Cuando llegué a la tremebunda edad de los dieciséis, momento previo en que en las preparatorias de la UNAM te exigen que elijas sí o sí un área de especialización, probé con una treintena de exámenes de orientación vocacional y por supuesto, también me fui de practicante en las áreas que me podría aplicar con mayor pericia.

Y, por desgracia, no: tenía dieciséis, una vida caótica de adolescente y los demonios de mi vocación no tocaron a mi puerta.


Escogí estudiar periodismo porque en ese momento supuse que era muy buena escribiendo, investigando y sacándole verdades a la gente; pero sobre todo porque con esas habilidades era la mejor opción para no morirme de hambre cuando ya no tuviera $ubsidio familiar.

Entré a la universidad cuando apenas cumplí los dieciocho y a la entrada de mi apestosa facultad, había un letrero que sólo yo veía y que decía, palabras más, palabras menos: “Felicidades, ya eres adulto y te chingas, ya no hay vuelta atrás”.

En cuarto semestre y ya con dos años de experiencia laboral supe que había errado el camino, pero como decía el letrero invisible (que sólo mi sicosis veía), había que terminar. Quienes me conocen saben que abandoné un año a mi UNAM para probar suerte en otra escuela y regresé para desacomodar el desorden.

Hoy, con diez años de experiencia en medios de comunicación, un montón de historias en mis archivos  y la penosa noticia de que el20 por ciento de los chavos en la región son Ninis, sólo les puedo venir a decirles (a ustedes, mocosos sin rumbo), por qué, en definitiva, NO deberían de estudiar periodismo si no quieren acabar locos, exhaustos y ensimismados.

1. No necesitas estudiar periodismo para ser periodista. Estudia otra cosa.
2. No vas a obtener dinero de esto.
3. ¿Crees que te desvelaste en la escuela? Te voy a contar la historia de mis ojeras.
4. Aunque se haya profesionalizado, el periodismo sigue siendo un oficio.
5. Contar historias es de juglares o de necios.
6. Puedes tener oficina y un jefe, pero jamás serás Godínez.
7. No hay respeto para quien busca historias no contadas.
8. ¿Ves esa explosión?
9. ¿Ya viste que todos corren en sentido contrario?
10. ¿Qué es lo que te hace correr en sentido opuesto a la supervivencia?

11. ¿Contar la historia de la explosión? Suerte (y un poco de sábila).
12. Apple no te va a regalar un iPhone, por cierto.
13. Contarás las historias más increíbles del mundo.14. La dieta del periodista es comer rápido y comer cuando se pueda.
15. La quincena es tu segundo bien más preciado.
16. Tu bien más preciado es tu capacidad de contar historias.
17. No eres Creelman entrevistando a Díaz. Necesitas una grabadora o una cámara.
18. Tu mejor amigo será una grabadora, un realizador, un camarógrafo o un fotógrafo.
19. Necesitas leer cien páginas para escribir apenas una. Si note gusta leer, huye de una buena vez.
20. Te mintieron: en esta carrera NECESITAS estudiar matemáticas.
21. No te la vas a pasar de cocktail en cocktail.
22. Conocerás a gente muy importante y ellos te olvidarán al segundo siguiente.
23. El dinero es el bien más escaso.
24. Tu primer enemigo es el policía que no te deja pasar al lugar.
25. El medio no es el mensaje, pero cuando tienes el medio, las cosas cambian.
26. Hablarás con personas que te coagularán la sangre de inmediato.
27. Se necesita tener paciencia, por desgracia.
28. ¿Crees que no importa tu apariencia? Hasta los criminales tienen códigos.
29. No hay reportero sin suerte.
30. Matarás a quien sea por las ocho columnas.

31. Si no sabes que son ocho columnas no sigas leyendo.
32. Tu nombre en ocho hace que valga la pena los puntos anteriores.
33. Mañana siempre es hoy.
34. Hoy es un concepto tan relativo como el tiempo.
35. Tu nota ya se le ocurrió a alguien más.
36. El día es tu noche y viceversa.
37. Tus amigos no son tus amigos. Al menos hasta que no lo diga el punto final.
38. En serio, no vas a hacer dinero de esto.
39. Si pensaste que ser bonita era la clave, te equivocas.
40. Vas a tener que estudiar de todo para contar tu historia: economía, derecho y hasta yoga.

41. Escribir duele. Y mucho.42. Para hacer televisión hay que aprender a escribir.
43. Para hacer radio hay que aprender a escribir.
44. Para hacer un podcast hay que aprender a escribir.
45. Tienes que aprender a escribir para todo.
46. ¿No te gusta el café? Es más fácil encontrar café que rosas en el mar.
47. El mundo te parecerá lento. Irremediablemente lento.
48. Tus preguntas siempre serán incorrectas.
49. No sabes nada.
50. NO SABES NADA.

51. Siempre te criticarán.
52. Hoy escribes de espectáculos. Mañana de negocios y al rato de seguridad. Nadie sabe.
53. Tienes que aprender de todo.
54. Si quieres fama, olvídalo.
55. Aunque te digan que el pasado siempre fue mejor, sabes que no es así.
56. No necesitas sacar dieces todo el tiempo.
57. La penumbra es tu amiga. La notoriedad es buena a discreción.
58. Eres famoso como escritor de cinco minutos.
59. Vas a necesitar sentido del humor para lo que sigue.
60. Esto nunca acaba.

61. No vas a tener días de asueto.
62. Si sigues leyendo y no has entendido, te lo digo: estudia otra cosa.
63. Siempre tienes algo que contar. SIEMPRE.
64. Vas a ser muy sexy. Pero no vas a tener tiempo de atenderlo.
65. Cualquier hecho será cuestionable.
66. Dicho lo anterior, cabe resaltar que todo es relativo.
67. Hoy te aman. Mañana te odian y así sucesivamente.
68. Aprende eso, aprende aquello. Aprende siempre.
69. Siempre te vas a pasar. De todo.
70. Tu editor es tu amigo y tu primer enemigo.

71. Tu editor $%$&64Ç%1
72. Escribes para alguien más, nunca para ti.
73. El lector es tu enemigo.
74. El lector es tu amigo.
75. El lector es todo.
76. Cuando digo “lector” es tu chamba.
77. La realidad es otra. No vas a cambiar el mundo siendo periodista.78. Esperarás la muerte de alguien. Eso siempre es nota.
79. Eres un zopilote.
80. Este trabajo es picar piedra.

81. Vas a encontrar a personas más idiotas pero más exitosas que tú.
82. No pasa nada.
83. Vas a necesitar respirar profundo muy a menudo.
84. No acabas de decir algo y ya estás pensando en lo que sigue.85. Vas a tener que memorizar un montón de nombres y datos inútiles.
86. Un día te apasiona algo. Mañana ya no.
87. Te vas a equivocar y te va a doler peor que un desamor.
88. ¿Por qué no me entere de eso antes?
89. Amo mi trabajo, amo mi trabajo, amo mi trabajo.90. Entenderás que los viajes significan conocer, pero no como tú creías.

91. Te acomodarás en cualquier espacio por minúsculo que parezca.
92. La envidia de otro siempre será tu alegría.
93. Todo cambia siempre.94. Aún estás a tiempo de cambiar de profesión.
95. Vas a necesitar más que tu buena actitud.
96. La ortografía es excelente, pero la sintaxis es valiosa (y no es lo único).
97. Aunque digas que no, te interesa el bien común.
98. Eres el superhéroe, no necesitas ser salvado.
99. En realidad, sí.

100. Hablarás. Dirás. Escribirás. Serás quien cuente la historia del mundo. Y por esa sonrisa valdrá la pena.

lunes, 11 de enero de 2016

Azul



There's a starman waiting in the sky, 
hed like to come and meet us, 
but he thinks he'd blow our minds...


Quienes me conocen saben que yo escribo con música. Ya sea que me empeñe en explicar una fórmula insensata para calcular un  endemoniado impuesto o le escriba un verso triste a un amor ingrato.

Esa noche no escribí con música, le escribí a la música. Se trataba de Space Oddity, de David Bowie. 




La noticia de su fallecimiento me puso el insomnio agudo aún sin conocerlo a ciencia cierta. El hecho de no poder dormir la madrugada del lunes me hablaba de un mal síntoma a nivel cósmico. Cuando tomé mi teléfono lo confirmé. 

Con este breve cuento pretendo encender una llama pequeña en un universo colmado de estrellas. Algunas tan grandes como el mismo Bowie. 

Gracias por tanto. 

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Azul

(Texto originalmente escrito en 2013)

Cansado, Julián salió a caminar. Decir cansado puede ser impreciso, así que corregiré: estaba hastiado, colmado de fastidio, harto de las luces a las sombras... todo él era un semillero de indiferencia y fatiga.

Antes de salir, tomo un carboncillo, dos lápices HB y un esfumino. Dejó las llaves, la cartera, el móvil y se despojó de tiempo.

Y caminó al sur, siempre al sur. No obstante, aunque los pulmones se le llenaron de un viento septentrional, él ya no encontraba el norte. Hacía un buen clima en la ciudad y las calles lucían tan desiertas como puede estar un corazón destrozado. El sol, opaco en esta ocasión, no le despertaba ya ningún tipo de entusiasmo. La luz se veía plana, la atmósfera asesina y sus ideas lánguidas.

Cuando llegó al muelle, se detuvo. Desde la ventana pude ver el boceto desdibujado de su persona acercándose al mar. Sabía bien que no intentaría cometer el disparate de querer caminar sobre el agua: él siempre me dijo que los que estaban hechos para volar no se llevan bien con las profundidades marinas.

Permaneció un buen rato mirando de mala gana el mar, que ya a esas alturas del día se teñía de bermellón mezclado con azul.

Azul como las pinturas más tristes y las noches más profundas. Azul como el universo cuando hay distancia y como la luz cuando se desdobla en melancolía. Azul como la música más cruel.

Antes de que se hiciera de noche y porque el camino se le había terminado, Julián sacó uno de sus lápices y dibujó una carretera. Esbozó un camino sobre la sábana de la noche y lo hizo de un sólo destino: de ida, un sólo carril y perfilándose al horizonte.

Cuando se dio por satisfecho puso su nombre en uno de los bordes y se trepó en el camino. Desde mi ventana que daba al mar pude ver cómo subía en su camino de tiza y noche para no regresar.

Antes de que pudiera alcanzarlo, su camino de lápiz se difuminaba entre las sombras de la noche.

Esa noche, Julián nos dejó.

***

Querida Sol:

Escogí el muelle porque eras la única persona de la que pensé en despedirme. Sabía que estarías viendo desde tu ventana como solíamos hacerlo antes de que los días se pusieran tan insoportablemente añiles.

Cuando llegué a la Luna, sabía que ya no podías alcanzarme. Desde la luminosa quietud de ese desierto blanco no me quedó duda que la Tierra es un lugar demasiado azul como para que pudiera permanecer en él.

Permanecí un par de meses en la Luna, pero me fui al lado que nadie ha visto aún, y sólo así conseguí dormir. Al despertar, como no tenía reloj, supuse que ustedes estarían viviendo ya el otoño y extrañé un poco los ocres de la ciudad y sus matices terracotas.

Dibujé un camino más largo. Pasé al lado de Marte y una noche casi choco con un cometa. La parte más difícil fue cruzar el río de asteroides, pero encontré a unos contrabandistas de Júpiter y los soborné con unos retratos para que detuvieran su frenético tránsito y pudiera finalmente pasar.

Hoy, ya lejos de tanto azul, echo un vistazo al universo y me recuerda la calma de tus ojos negros. Te escribo desde la recién inaugurada paz de mi nueva casa. Todas las mañanas salgo a caminar y le doy tres vueltas a los anillos. A veces hay uno que otro visitante, pero apenas me mencionan el planeta azul al que quieren observar les digo que se marchen de mi casa.

¡Tengo el cosmos entero para dibujar sobre él, Sol! Y aunque se me están acabando los lápices que traje conmigo, no pienso volver.

El planeta es demasiado azul y yo no puedo hacer nada al respecto.

Te recuerdo siempre,




Julián

Jápeto, un día de enero de 2015.

sábado, 17 de mayo de 2014

El Jardín de los Destellos


Las rosas son rojas y las violetas azules.

Bajo ese lema, la segregación del Jardín de los Destellos se hizo cotidiana. Las flores fueron entonces catalogadas por el color de sus pétalos y se vivió una época oscura llena de sol en la floresta, conocida como el Apartheid del Huerto.

Miles de capullos, desde que vieron el primer albor en el invernadero, crecieron con la miserable idea de que su fragancia era insignificante cuando el carmín no había coloreado sus corolas. La discriminación se hizo oficial cuando el afable jardinero empezó a comercializar con más entusiasmo a las flores rojas.

La víspera de San Valentín, los botones más purpúreos encabezados por la familia Blossom se engalanaban de esplendor, pues para ellas era todo el sol, el mejor abono y la tierra más fértil. Se pintaban de pasión en la colorada causa de su encanto y su discurso floral manchaba de carmesí el jardín entero.

En los bosques contiguos, las mariposas y abejas extranjeras relataban a los abetos el inusual comportamiento de las flores en el Jardín de los Destellos.

Las rosas más rosadas, consideradas un poco portentoso híbrido de palidez y dulzura, vivían a la mitad del fuego cruzado con las flores blancas, cuya fragancia apenas se percibía entre el rubí perfumado de sus homónimas rojas.

Entre las violetas la situación no distaba mucho de lo que acontecía con las rosas, pero la insatisfacción de éstas, pese ser una minoría rampante en el jardín, se minimizó entre los trinos de los pájaros carpinteros y sus sindicatos.

Un tercer grupo, segmentado del mismo modo por las rosas rojas, decidió sin embargo, establecer una resistencia pasiva a mitad del jardín justo al mediodía del Día de San Valentín: el sector de los claveles.

Clavelina Bloom, un joven botón que apenas comenzaba a florecer, se plantó frente a la fuente para pronunciar un histórico discurso en la historia de las florestas.

“Porque todas hemos florecido para ver el mismo sol que ilumina a rosas, violetas y claveles por igual, no importa cuán silvestres sean...

¡La fragancia no es determinada por el color de un pétalo, sino por el candor de las corolas, la estabilidad de sus tallos y la entereza de sus raíces!

Todas somos flores, hermanas, y hemos nacido para ser la risa del mundo y colorear al mundo. Engalanamos las celebraciones y somos la alegoría de los enamorados.

Todas somos flores, y pertenecemos al vasto jardín del mundo” dijo mientras sus pétalos se abrían de par en par y se empapaba toda de rocío.


miércoles, 23 de abril de 2014

Por qué escribo...


Decía Gabriel García Márquez que escribía para que sus amigos lo quisieran al tiempo que sonreía con sosegada amabilidad para los desconocidos que cariñosamente lo llamaban "Gabo" sin haberse topado siquiera en otra vida. Escribiendo y no de otra forma se hizo de millones de amigos que con el paso de los años lo fuimos queriendo como si de verdad hubiéramos visto con los ojos de Remedios la bella, porque contemplamos la muerte de Santiago Nasar o de cuando en cuando nos ataca el síndrome de Florentino Ariza.

No me sorprendió que tuviéramos un pensamiento similar; no obstante, si nos atenemos a la unilateral y homogénea línea del tiempo, fue él quien lo dijo primero. Pero igualmente dijo que las ideas no le pertenecen a nadie...

Gabriel García Márquez. Foto: La Jornada.

Yo siempre argumenté que escribía porque quiero que las personas estén orgullosas de mí y me quieran. Lo dije como a los ocho años cuando descubrí un poema de Sabines, a los doce cuando leí la primera de una docena de novelas de Saramago y a los veintidós cuando me encontré con José Carlos Becerra.

Pero no hay escritor con suficiente vida si no tiene por lo menos un par de reveses. Un mal editor, un texto que no causó efecto o lo peor: perder tres años de cuentos, cartas, poesías y desvaríos por un error informático. Hace casi ya dos meses perdí el documento que contenía la esencia de mis noches, la acuarela de mi dicha y mis lágrimas de tinta vertidas sobre el invisible cielo de mi computadora.

Sentí como si me hubieran quemado la casa, como si el huracán hubiera pasado encima de mí o como cuando un ladrón descubre que le han vaciado el departamento. De ello no quedó más que algunos fragmentos que conservo porque algunas noches tuve el arrebato de mandar a remitentes al azar.

Me gustaría decir que me he recuperado del cruel gazapo de esta triste tecnología. Como paliativo, diariamente escribo para un periódico especializado y de vez en cuando me da por escribir un reportaje que mis editores mutilan.

Tengo veintiséis años y escribo de finanzas y economía para El Financiero. Hace como una década, cuando tomé la decisión de estudiar periodismo porque sabía que lo que quería era escribir y trastocar conciencias con una buena estructura. Ya antes había pensado en estudiar letras inglesas o cualquier cosa que me pusiera frente a una página qué llenar con sesudos comentarios y profundas investigaciones.

No obstante, pasaron muchos años tras haber los pasillos de la universidad para que pudiera ver mi nombre escrito en las páginas de una publicación impresa, lo cual sucedió un 16 de abril de 2013, cuando mi primer texto apareció en Hacker de Excélsior.

Cuando el entusiasmo se me enciende escribo cuentos como queriendo reescribir lo que es probable que un día olvide y para que las personas que quiero no dejen de quererme. Los que me conocen, saben que en el punto álgido de mi ternura suelo poner en sus ojos palabras mías como la ofrenda más preciosa que puedo ofrecer por el amor que me dan.

Mi primera portada. Reedición de El Financiero. Miércoles, 26 de febrero de 2014.
Hace algunas semanas ya, uno de mis reportajes vio por vez primera la portada y mi nombre se posó en la primera reedición de El Financiero. Nunca mis palabras me hicieron sentir tan dichosa.

Quién sabe cuál es el impulso que me lleva a escribir y preguntar por historias, a tomar las palabras y estructurarlas entre cifras y gráficos y por otro lado juntar los fragmentos de mi imaginación cuando me da por hacerle al cuento.

Escribo para saber de ustedes y conocer el mundo, porque para poder escribir una página antes debimos de haber leído unas cien.  

Escribo porque nací para esto. Escribo 'por qué' y me llena el horizonte. Gracias a ustedes por leerme, porque creo que es así como se construye el mundo: por quienes lo escribimos al mismo tiempo que buscamos leerlo.

Esta es quien les escribe (en una toma selfie, tan de moda ahora). En ocasiones también sale en tele, pero esa es otra historia. 



jueves, 15 de noviembre de 2012

De los temblores.


Toda mi vida supe de temblores.

Siempre desperté con la suave oscilación de un brazo en mi hombro diciendo “ya es hora…” para irse a la escuela. La fuerte sacudida del nervio al estar acompañada. El simulacro escolar sólo para hacerme correr. La voz trémula al hablar en público. La agitación del corazón cuando aprendí a andar en bicicleta. El terremoto neuronal en el examen de química.

Luego vino el amor y su trepidación. El estremecimiento de una caricia. Tiritar de deseo. La impredecible vibración de un orgasmo.

Hemos estado en sismo todo el tiempo, pero sólo cuando se sacude la tierra podemos percibirlo.

9.2.1 en escala de Rodríguez-Pacheco para el corazón. 6 en la escala Saffir-simpson para mis ojos. 

jueves, 18 de octubre de 2012

Cuento breve para el fin del mundo.


Como en el inicio de un mal chiste, se abrió el telón.

Era la puesta en escena del Sistema Solar.

Y el único villano, era la Tierra...



miércoles, 3 de octubre de 2012

2 de octubre. No.


Ya es 3 de octubre y todavía no se me olvida…

Por fortuna, mi generación y todas las posteriores a ese aciago día no tienen ni idea de lo que pasó. Pero podemos imaginarlo perfectamente…

Desde muy pequeña tuve conciencia de lo ocurrido, porque me lo contó mi abuela y todos mis profesores al punto del llanto, de la desesperación o de una apasionada furia. Después de sus palabras, nunca supe cómo pudieron arremeter contra ellos, en qué descabellada novela cabían armas de un lado e idealismo del otro; no entendía qué clase de abominable monstruo arrebataba la vida de unos sólo por querer un cambio. En verdad… no me cupo en la cabeza entonces y la violencia aún es para mí una idea demasiado voluminosa para mi diminuto y soñador cerebro.

Pero no voy a hacer historia porque ésa abunda y parece ser sólo un síntoma de saturación social. Voy a hablar del 2 de octubre como yo lo he vivido y como creo que lo vivimos los que no lo vivimos.

Es inherente a los universitarios: la efervescencia de la sangre, la voz crítica y el espíritu disertador. Fuimos a clases de Historia de México y, sobre todo los que crecimos en área tres, nos documentamos hasta el hartazgo del hecho: Poniatowska y Rojo Amanecer como documentos de cabecera. No hay un solo estudiante con el saco bien puesto que no sepa qué ocurrió. Lo triste del asunto es que aún a estas alturas del devenir, no conocemos las causas precisas de por qué ocurrió.

Aquí podemos abrir un paréntesis de discusión: que si el momento histórico, que si las olimpiadas, que si el gobierno y sus antecedentes; García Barragán y el batallón Olimpia… sí, sí, sí… pero explíquenme. No puedo argumentar muertos porque no tengo mentalidad asesina, no puedo pensar en planes tan siniestros cometidos en contra de quien tiene esa vocación: estudiante, libros, clases y argumentos. Llámenme ingenua, llámenme idiota. No entiendo.

Lo terrible de esa opacidad es que desde 2002, año en que entré a la Escuela Nacional Preparatoria Número 6, he visto a mucho inscrito (digo inscrito, no estudiante) armando revueltas gratuitas, desmanes sin propósito y agresiones vacuas a todo lo que aparenta ser una fachada de poder. No existe justificación para la agresión ni argumentos para la violencia anónima en un loop que se repite cada año. Otros no tienen siquiera la gracia de estar inscritos en alguna universidad: me consta que son porros. Provocadores. Buscapleitos.

¿Es ese el espíritu del 68? Ya no hablemos del movimiento global; hablemos de una situación meramente local. No puedo, en verdad no puedo justificar agresiones gratuitas. Pero tampoco me malentiendan: no creo que por unas manzanas se ha podrido la canasta. Yo he asistido a decenas de manifestaciones con puras consignas y alguna pancarta.

Sin embargo, soy consciente que lo ocurrido en 1968 en México es irrepetible, porque aquellos estudiantes contaban con un elemento que el #yosoy132 no tiene: menos egoísmo. No pensemos que vamos a hacer historia, porque es tan vanidoso como megalómano… No está en manos de un colectivo, ni de un solo individuo, ni en un solo grupo o escuela: está en una idea. Un pensamiento que trasciende y persiste. Ese, es para mí, el verdadero espíritu.

No me regañen, por favor. La comparación es inevitable porque de entonces a acá, un movimiento estudiantil no había llegado siquiera a ganar nombre y todavía me gana el entusiasmo de que este ímpetu de cambio, florezca.

¿Qué he visto cada 2 de octubre? Lo mismo: un estandarte glorioso, pero gastado. Ya sabemos de algunos líderes estudiantiles bien plantados en diputaciones o senadurías. Pero he de celebrar que a diferencia de ellos, mucha más gente puede simpatizar con la inconformidad de un estudiante porque los medios, las voces y la situación han cambiado. Pero la represión, ésa… está latente. Siempre contundente y tácita.

El 2 de octubre no se olvida.  

Yo no puedo olvidarlo porque lo viví sin vivirlo.

Que no se nos olvide...