lunes, 23 de febrero de 2009

Tengo un Lunes y no tengo miedo de utilizarlo

Guardo un Lunes bajo la manga. Si tuviera decisión y arrebato, podría empuñarlo y amenazar a alguien... 

¿Qué alma endemoniada conjuró los lunes? Uno de esos días en que la semana por convención decide comenzar, entre pereza e indefinición, abúlico e indiferente, absurdo e innecesario, ponzoñoso y pestilente: los Lunes no tienen cabida en el almanaque de los sueños. Día de Luna esfumada, se ha difuminado la plata en algún resquicio de Domingo prometedor. Luna que no cabe en un día completo, tus ojos cansados no quieren ir a la escuela ni a trabajar. 

Puse un lunes en mi mochila por si acaso se llega a ofrecer; le dije que pusiera su mejor sonrisa pero los lunes no suelen ser fotogénicos y su sombra desdibujada se hizo gastada letanía en el álbum de la semana. Traté en vano de congeniar con los Lunes, pero su antipático empeño de decirme nada envenenó la mesa de diálogo. Una nunca sabe cuándo se hará necesario transformar un insipido Miércoles en Lunes con lo antagónico de su comienzo lunático.

El atrevimiento de volverlos inicio semanal es una indignación a la Luna. Son ellos los culpables del retardo olvidadizo de mañana y responsables de los infames desvelos sin ocaso. Los Lunes aparentan ingenuidad naciente y mustios por naturaleza: las improductivas horas de un síndrome ancestral... Los abominables Lunes y un no querer despertar añejado en el caldero de nuestra inconsciencia. 



Cuando el martes se disfraza de lunes sabemos bien que es un puente entre nada y la incipiente responsabilidad de volver a lo conocido. Doble un lunes por la mitad y obtendrá un martes al dos por uno. Ponga el lunes a remojar en un caldo de melancolía sin rebajar y la Luna a su ventana no tocará. Cubra el desdichado Lunes con migajas de tristeza dominical y quizá el Martes le sepa a olvido. ¿Tiene usted que trabajar en sábado? Es el Lunes que se hizo madrugada y desvelo del insolente calendario. 

Lunes sin Luna, ¿dónde dejé mi lirismo que no repara en el día? Creo que guardaré este Lunes para mejor ocasión. Luna, ya no pienses en los Lunes y esfuerzáte en dejar de menguar. Nostalgia de un día que no ostenta con decoro cósmico el nombre de astro. Lunes lunático de urgencia por otros días. Lunes deslunado que se hace martes a cada letra. 

Lunes que no acabas de terminar, dime si hay alguien que no tenga el desprecio por tu andar. Me has condicionado al exilio literario cada que te vuelcas a mi calendario pues no hay palabra decente vertida en esta entrada. 

C'est un Lundi sans Lune...




viernes, 20 de febrero de 2009

El Empeño de Volar

Quien cometa la infamia inconsciente de decirme que no se ha soñado a sí mismo volando cuando menos una vez en su existir, en la feroz afirmación vendrá implícita su condena: usted no es humano, aunque vaya por la vida aparentando que lo es, o de plano es un mendrugo de existencia que no ha soltado aún las cadenas de la realidad que lo mantienen pegado al piso.

Provisto de alas o de un invisible hilo conductor celeste, empapado del estupor del vértigo por el vacío o con la ligereza de las aves, quien se contempla en sueños surcando las atmósferas más lejanas a nuestra condición terrenal es tan normal como poner los pies en la frialdad del suelo matutino al despuntar el alba.

Seamos honestos, estimados lectores... la humanidad se ha empecinado en volar. Somos tercos, empeñados en lo imposible, envidiosos de las aves, necios obstinados de las nubes y desdeñosos de la tierra. Recuerdo bien aquélla venturosa comparación: los omóplatos de nuestra espalda... las alas que no llegaron a crecer.

La persistencia por otras atmósferas ensanchó la imaginación de nuestros inventores en su faceta más soñadora: desde Da Vinci a los mentados hermanos Wright.

El tiempo pasó y nos trajo un avión: torpe manera de despegar, el insulto mecánico al cielo, una herejía tan mundana como el atrevimiento mismo de querer volar sin que se nos haya concedido el derecho, la herejía de las alturas con motor y el desafío a las normas no escritas de la impericia humana y social.

Dicho lo anterior, aclaro a mis lectores que nunca he puesto un pie en un avión, aunque en una ocasión tuve la insolencia celeste de surcar el cielo capitalino en un helicóptero. Para mi ingenua fortuna, tuve la feliz ocurrencia de no morir en el atentado.

Darinka: Noviembre de 2006

Los sucesos recientes en su constancia actual nos quieren decir algo: el hombre, por su calidad de humano despojado de virtudes cósmicas, tiene prohibido volar. No es gratis que las aeronaves tengan que acuatizar, como tampoco es coincidencia la gran cantidad de accidentes aéreos sucitados en días anteriores. Tan sólo en un día, tres aviones se precipitaron al suelo: Buffalo, Los Angeles y Londres fueron los lugares donde la desvergüenza por los aires finalmente se cayó.

Los amantes de la modernidad y los viajes habrán de enfrentarme y decirme que jamás llegaríamos al otro lado del mundo si no existieran los endemoniados aviones. Pero el periplo que comienza en el suelo, en el suelo acabará... de mejor o peor manera.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Échenme la Sal


Primero colgaron la prohibición como conocidos signos en las paredes y nos relegaron a un afuera eterno, condenándonos a un permanente exilio de los tibios interiores: si quiere usted fumar, haga el favor de hacerlo allá afuera y sáquese de aquí. Los empecinados viciosos de las humaredas arremetimos primero para después hacer mutis ante el oprobio color verde brócoli y el victorioso cantar de los saludables hipócritas.

Después se les acabó la fiesta. Hablo por un ellos anónimo y no por mí porque mis madrugadas las paso en mi recogimiento y no en un bullicioso subterfugio de escándalo y bebidas galantes: si quiere usted fiesta, haga el favor de hacerlos en su casa porque cerramos a las dos y media; así que vaya pensando en irse de aquí. Los primeros en poner el grito en el cielo fueron los propietarios del guateque y el agasajo, quienes de seguro no tendrán otra más que fumarse la naciente normativa.

Finalmente nos retirarán los saleros de la mesa y departiremos lo insipido en nombre de la salud. Si quiere usted condimentos, haga el favor de traerlos usted mismo, es por su bien. Imaginemos la comiquísima imagen de los necios salados desenfundando en el misterio de lo ilícito un salero de su bolsa para rociarlo en los alimentos como si se tratáse de un arma.

Tal parece que la pauta a seguir es una lastimosa intromisión en los hábitos del ciudadano promedio. No fumar, no tomar, no desvelarse. ¿No es acaso una pavorosa grosería? ¿No es una cobarde bravata de quienes se gastan sus salarios en excesos tan extravagantes como antiestéticas Hummers y lujos insultantes? Insolencias públicas e hipócritas, mogijatas desfachateces, desvergüenzas contradictorias, un cúmulo de miserables sentencias sin fundamento...

Las prohibiciones van más allá de lo meramente saludable y se inmiscuyen en el terreno de lo sumamente personal. En Chihuahua, en cierta escuela de enfermería han restringido el uso de piercings a los alumnos varones: dicriminación muy bien delimitada. Ya ni hablar de quienes injurian contra las minifaldas y los escotes, o los alborotos recientes de destacados medallistas olímpicos, o bien las interrupciones de Verdi en Radio Educación por la tan sobajada reforma electoral.

Se ha vuelto costumbre las recalcitrantes intromisiones de quienes se ufanan de buscar lo mejor para el colectivo. Es como si dijeran vuelváse asceta y entierre sus placeres en el jardín.

Evocando a la mogijatería y una violenta simulación de bienestar para someternos a lo bien visto por un reducido grupo de fanfarrones. Luego vendrán las regulaciones del pensamiento. 

Éstos sí que nos están echando la sal.