lunes, 25 de mayo de 2009

Un año de Bicis: Y sigo aprendiendo...


Darinka rides her bike...

Por muchos años busqué aprender. Malgasté mi infancia en ñoñerías como la lectura y la pintura. Nunca fui destacada en ningún deporte y poco me importaba, pues los pelafustanes esos que se ufanaban de velocidad eran lentos de pensamiento...

Estaba por cumplir 21 años y no podía adivinar nada de lo que sucedería después, andando persistentemente en mi incansable y pequeña bicicleta imaginaria.

Me caí, no una, sino muchas veces; una de ellas la más dolorosa de todas, en el septiembre de los jazmines. 


Aún hoy, un año después de mi descubrimiento más lúdico y delicioso dí un par de traspiés en mis pedales... sigo aprendiendo.


¿Cómo cambiar la melodía del viento cantándome coplas de libertad? ¿Se puede negar el ánimo de velocidad en una calle?

No hay manera de negar que andamos en bici mucho antes de que aprendieramos a darle equilibrio a nuestras llantas, y pedaleamos bajo la incierta zozobra de darnos un chingadazo en el asfalto. 

Pues sí... son los incoventientes de amar. 

Y de aprender a andar en bici...


viernes, 22 de mayo de 2009

Los Libros que Nunca Serán Leídos



¿Ha visto usted esos gruesos librajos apelmazados en los libreros? Van de los tratados insensatos de física y otras disciplinas complejísimas que pocos en verdad comprenden hasta los ensayos tan vastos como la misma realidad que tratan de describir. 

Todos ellos, evidentemente tienen excepciones; pero vayamos caso por caso:

Si usted se ha paseado por las bibliotecas universitarias, probablemente haya encontrado pasillos repletos con los abultados volúmenes de tesis relegadas a los confines del olvido académico. Más de uno ha gastado la candidez de sus horas en la elaboración de tomos que nadie leerá en su totalidad, a no ser por el propio autor.  Si usted fue universitario, trate de contestar esta pregunta con la más feroz de sus honestidades: ¿Alguién se chutó su tesis nomás por gusto? Si responde que sí y se vuelve mi detractor, menciónelo en el buzón de quejas.  Si usted en cambio, está pasando el tormentoso camino de la licenciatura y planea elaborar una tesis, dígame si alguien que no sean sus asesores, sinodales y demás secuaces magisteriales harán el honor de leer la tesis que le pondrá la etiqueta de Licenciado a su curriculum.

El segundo caso de los libros que nunca se terminarán de leer son los manuales de consulta y los siempre utilísimos tumbaburros. Claro, todos pasamos los ojos por los voluminosos ejemplares, pero nunca va más allá de unas páginas a la vez. La condena de la sapiencia elemental del diccionario es que nadie va a leerlo completo si no es por obligación. (Imagine usted el bochorno de ver a alguien en el metro leyendo un diccionario). ¿Se acuerda usted de los miles de tomos del Nuevo Tesoro de la Juventud? 

La tercera de mis categorías es quizá la más penosa de todas: son los libelos revanchistas que se ostentan apilados a la entrada de la librería de ocasión a precios exhorbitantes. Podrían ser ellos calificados como literatura de ficción, pero creo que el mote de literatura es rimbombante, exgerado e inapropiado para tales engendros editoriales. Puede que haya algún canchanchán que los lea y se paseé sonriente por el metro o la cafetería con la novedad esfervescente de ciertos títulos siniestros como los que a continuación enunciaré y que no tienen un orden preciso:

Mi Verdá - Juan Osorio
Derecho de Réplica - Carlos Ahumada
Doña Perpetua - Autores que no recuerdo hablando de Elba Esther Gordillo
Soy- Niurka
Señal de Alerta - Manuel Espino
El Despojo - Roberto Madrazo
Volcán Apagado - Anel (una ex de José José)
La Década Perdida - Carlos Salinas de Gortari
La Gloria por el Infierno - Aline Hernández (¿Se acuerda del escandalito Trevi?)
La Mafia nos Robó la Presidenica - Andrés Manuel López Obrador
Con Todo El Corazón - Rosario Robles...

Y un cúmulo más de hitazos editoriales ramplones y de mal gusto (puede usted añadir el que más asco le haya provocado).

Al verlos ahí, acomodaditos en los estantes da un sentimiento como de ponzoñoza revulsión por aquél mentecato que publicó tales aberraciones en papel. ¿Quién, en su sano juicio al llevar a cabo el verbo de la lectura, puede siquiera malgastar su dinero en esas monstruosidades?

Casi todos ellos son gruesos libro con tipografía de gran tamaño queriendo aparentr una prolija creación. Si usted es de esos idiotas que compra la categoría maldita de los libros, al menos podría poner un pero por el magnífico despilffaro de papel. 

Son ellos los libros eternamente reseñados en los diarios de circulación nacional por los mismos antagonistas (Salinas dice que...) o quienes son mencionados en las páginas. Seguro algún ingenuo de la redacción tuvo que embutirse las palabras de alguno de estos escritorazos y no fue digamos, por gusto.

***


El mundo está escrito en prosa. Me vale lo que digan: para mí es prosa y se acabó, que para eso es mi blog (si quiere usted quejarse, hay un apartado dedicado a que le ponga peros a mi afimación).

Cada uno de los muros que nos separan, las ventanas por las que nos asomamos y las escaleras que subimos están conformados de una proporción infinitesimal de párrafos significantes, tan minúsculos que apenas si podríamos leer las letras de que el mundo está plagado.

Algunos trastornados nocturnos como su inconsistente escritora, buscamos versos en los textos del mundo. Creo como premisa cierta que antes de la escritura tal y como la conocemos hoy, el mundo se escribió en cada objeto, en cada planta: la hermosa floresta donde se reflejan las estrellas consteladas de indiferencia. 

***

Hay textos que nacieron bajo el estigma de una lectura superficial, amén de los torpes lectores que abren sus páginas. Hay textos amplísimos que desde que nacieron, pese a la brillantez de sus hipótesis, están condenados a la implacable sentencia del estante y el fino polvo que los cubre de desdén, amén del incauto destintatario elegido para no leer la totalidad de la grandeza en desuso.

Yo misma tengo mi libro y estoy segura que fue escrito para que sea leído por los ojos profanos y anónimos de aquél que me conoce tanto y tan poco, que comprende cada una de mis palabras.


El respiro musical de la semana:


miércoles, 6 de mayo de 2009

La Ociosidad Impertinente: De Vuelta a lo Cotidiano


Se hace necesario voltear la mirada: la infamia se hace vulgar, ominosa e hiriente. Si bien la estrategia de encontrarle el lado humorístico a cualquier contingencia es una técnica socorrida para sobrellevarlas, nada justifica la holgazanería burlona del mentecato que le pone cubrebocas a su auto.  Claro que la brutalidad más lastimosa no es la del gaznápiro que vende tamaños tapabocas, sino del zopenco compadre que malgasta cien pesos en hacerse el chistosito ante la prole.

Puede usted pensar que es el inherente ingenio mexicano el que se carcajea de las adversidades y le pone a Benito Juárez un tapabocas por andar de mano en mano. Debo reconocer que hay bromas perspicaces y chispeantes de alegría. Pero más que un mecanismo de defensa, el humorismo en tiempos de influenza pone en evidencia de cuánta holgazanería han estado llenos los días y cuán perezoso es el ánimo burlón de quienes se las gastan en bromas que a mí no me hacen reír.

***

Más que un suplicio, estos días de eventualidad sanitaria han sido una delicia a disfrutarse. El deleite del recogimiento, el silencio imperante y el rumor apagado de la ciudad son cosas que no volveremos a vivir. 

¿Quién quiere regresar a la normalidad aparente? Si tomamos normalidad como sinónimo de caos, histeria, bullicio y apatía preponderante; me niego con todas mis fuerzas a regresar a la cotidianidad. 

Volver, como si no fuera suficiente con lo vivido, a la apatía vigente de un salón colmado de pelafustanes, a la lluvia de tráfico donde llueven claxonazos y mentadas de madre, a los encabezados de violencia perpetua, a las aceras escupiendo gente, el desprecio eterno por el otro y la prisa, siempre la prisa…

Si eso es volver a la normalidad, he de confesar que no estoy preparada para tal afrenta…

lunes, 4 de mayo de 2009

Literalgia II: De Cuando Dios se fue de Vacaciones

Como suele pasar con las grandes historias, la humanidad olvidó la época aciaga de las contingencias sanitarias y las pandemias. Guardados en algún archivero distante de los días del porvenir, las numerosas anécdotas de quienes resintieron la invisibilidad paralizante de la enfermedad como síntoma inexorable del fin, conocieron el fino polvo de la indiferencia centenaria.

Pero también, como usualmente pasa con lo acontecido en magnificencia, ya sea por las repercusiones que se guardan en el corazón o por las reminiscencias de un pasado irreparable; una dichosa calamidad ocurrió cuando la memoria se creía carcomida por el desdén.

Paseando por la vieja casa de sus ancestros más lejanos en la ascendencia de un árbol otoñal, una mujer de mi edad y con el mismo mirar nostálgico que yo tengo, escudriñaba en las viejas quimeras de un pasado distante. La vieja casona dejaba adivinar en sus paredes el eco de risas más afortunadas, la humedad antigua de chaparrones menos ácidos y la salinidad de unas lágrimas históricas.

Y así, generaciones tardías a estas palabras, la mujer de este cuento encontró mi viejo cuaderno forrado de notas musicales donde escribo mis memorias y comenzó a leerlo con la misma avidez perversa de quien encuentra por casualidad viejos secretos guardados.

Supo, por los recovecos de mi caligrafía, que la primavera se alarga insoportablemente cuando el candor se guarda a domicilio y el amor fluye más espeso por las venas cuando el recogimiento se prolonga. Tuvo conocimiento de que la polarización es más antigua que los recuerdos y la discriminación en estas fechas no tuvo nacionalidad. 

La mañana pasó y la tarde cayó en las páginas leídas por la ansiedad curiosa de la mujer que nació después de mí y que encontró mis palabras cuando la memoria de lo acontecido en mi siglo XXI se hizo corta como este cuento.

Finalmente, ya entrada la noche del día que aún no sucede y que adivino como cierto; la mujer de la que desconozco el nombre regresó a su casa, donde encontró a otra mujer con la misma edad de mi mamá y la misma sapiencia que poseen nuestras madres.

-Encontré el viejo cuaderno de la tatarabuela. Fíjate que hace muchos años hubo una epidemia de influenza en la ciudad.

-Recuerdo que me contaron de eso cuando era chica –dijo la mamá, haciendo el enorme esfuerzo de estirar la memoria aún más allá de lo que no se ha vivido.

Finalmente, como único legado de mis palabras menos lúcidas, supieron que cuando la influenza y sus inmundas calamidades sociales trastocaron nuestras vidas, Dios andaba de vacaciones.