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miércoles, 9 de mayo de 2012

Yo nunca aparecí en Playboy…





Pero yo sí… Yo fui edecán. Y modelo también. También me pagaron onerosamente (menos, naturalmente) y sólo por el hecho de mostrarme. Yo también aparecí 30 segundos a cuadro pero lo mío no causó más alharaca que en mi círculo de conocidos. Yo también usé un vestido largo que no dejaba nada a la imaginación y también fui inoportuna a ciertos ojos.

Pero yo entonces tenía 17 o 18. Por esas épocas era tan elocuente y tan poco sustanciosa como Julia, que ha dado un millón de entrevistas hasta este día, pero yo no tuve que darle explicaciones a nadie más que a mí misma.

Quien se dedica a esto, sabe que tiene que vender. ¿Vender qué?, se preguntarán los más suspicaces… Venderte, claro. 


Pero que no se me malinterprete, por favor. Una persona que vive de su imagen, se vende a sí misma aunque lo que vende no sea lo que se es y pretenda serlo. Lo mismo pasa con modelos y con candidatos… Y nada de eso significa que sea denigrante o misógino, como reclaman ciertos ignorantes puristas. Si no dediqué el resto de mi vida a ser modelo es porque pensé. Y pensé que valía más que sólo dejarse ver.

Lo que Julia Orayen hizo el día del primer debate presidencial fue un gran trabajo: vendió un producto imposible y lo hizo trascender a fuerza de costumbre, de mostrar un poco de lo que justamente no hay para llamar la atención. Ese fue su trabajo y lo hizo excelente.

Yo nunca salí en las páginas de una Playboy, pero sé bien lo que significa ser el foco de atención por el oropel de las circunstancias. Lo verdaderamente triste de esto es que hayan personas a quienes les vendieron un debate, el futuro de un país y el sentido de una democracia como si les vendieran un perfume.

domingo, 8 de mayo de 2011

El patíbulo del goloso

Cuando el cinismo se extrapola a límites donde la vergüenza ya no figura ni siquiera como ornamento, uno redacta textos como éstos. Estimados lectores, tras una etapa de silenciosa ausencia en este blog vengo a contarles cómo me sacaron una muela.

Y no, no vengo a ofrecerles el relato de quien con naturalidad se deja extraer el poco juicio que le queda en forma de muelas –nunca he entendido cómo es que hay quien a la menor provocación va con infame alegría a dejarse sacar las muelas y todavía pagar por ello-. Lo mío es una vulgar caries de confitería cocinada a fuego lento en el horno de mi golosa bocota.

***

El que es buen pez, por su boca muere. Pero yo ni siquiera sé nadar y siempre ando mordiendo el anzuelo. Ya desde que visité al primer verdug-ódontologo cuando iba a la primaria, sabía que cualquier consultorio dental que visitara sería a final de cuentas, mi cadalso recurrente. En ese temprano entonces había ido nada más a una revisión de la caída de mis dientes de leche y a corroborar la saludable salida de los permanentes.

Pero ya saben que ésta, su inconstancia con patas, no se volvió a parar por un consultorio dental si no era con dolor de por medio. La historia siempre fue la misma: ir a calmar el dolor a sabiendas del espeluznante y agudo sonido de la fresa y salir de ahí con la boca apestando a curación y una cita para continuar el tratamiento… y dejarla pasar por otras cosas más apremiantes.

Los años pasaron rápido, como suelen pasar en las historias de los ingenuos y yo seguí siendo la misma golosa que sucumbía por unos bombones con chocolate, que era sobornada por sus compañeros con la selección más fina de la dulcería y su pasatiempo favorito es y será la hora de los postres, caramelos y otras delicias azucaradas. De chicles ni hablemos, pues dejé de frecuentarlos en la secundaria porque gracias a su pegajosa consistencia me hice de mis primeras amalgamas.

***

Nadie se muere de un dolor de muelas, pero quien lo padece se quiere morir. Empieza uno con ínfimos piquetitos al interior de la boca que empeoran a tal velocidad que en un par de horas soportar la cabeza encima de los hombros es una hazaña. Entonces un analgésico empieza a ser menester para el goloso adolorido, que acude a la farmacia o al cajón de las medicinas y apura la primera pastilla que se le ponga enfrente. Luego va al espejo a evaluar la magnitud del desastre y es entonces y no antes cuando se advierte la dimensión de la trastada: la pequeñísima caries que ayer apenas nos causaba molestia, hoy ya es una monstruosidad que pretende sacarnos otro agujero e inaugurarnos una boca nueva.

El condenado (en este caso, quien aquí suscribe) no tiene más remedio que hacer cita con el dentista cuando los paliativos fracasan. En mi caso, ya no regresé con el viejo conocido, sino que fui con el odontólogo de mi mamá, que tan buenos resultados le ha dado.

Llegar a la primera cita es saberse de antemano condenado a muerte. Primero, porque el alma se trae en la boca y uno quisiera escupirla en el primer lavabo disponible y luego, porque el doctor dictaminará con ojos de piedad y hasta con cierto tono de burla dirá: ya no hay nada que hacer por esa muela, la infección es inconmensurable; hay que extraer.

La sentencia resuena atroz por todo el consultorio. Y uno todavía quiere pelear, quiere salvar la pieza y sugiere una endodoncia. Con toda la sabiduría de su paciencia, el dentista explica por qué no es posible cualquier bienintencionado procedimiento para redimirse de la caries sin perder más que dinero y procede a prescribir antibióticos por siete días para bajar la infección y garabatea la fecha y hora de la muerte en la agenda.



Como todo buen condenado, tuve mi última cena. Una gringa con mucho queso y una generosa cantidad de tacos al pastor. Me habría gustado deleitarme con una cerveza, pero ya se sabe que los antibióticos y el alcohol llevan mucho tiempo peleados y no se sientan a la misma mesa.

Tienen ustedes que saber que fue una infamia que el doctor me haya citado a las nueve de la madrugada en su consultorio para una proeza de magnitudes mortales. Claro está, llegué tarde acompañada de mi mamá, que ya es muy cuate del doctor José a secas. Yo estaba lívida, con la presión baja y apenas mostraba señales de vida. Mi mamá y el doctor intercambiaron estampitas y le dijo que me había tomado el medicamento al-pié-de-la-letra y ella podía certificarlo –sepa usted que cada que me tocaba medicamento me llamaba por teléfono y me amenazaba con cosas terribles de no hacerlo-.

Habiendo hecho las primeras consideraciones, empezó el martirio. De entrada pareciera que todo va a estar bien y el médico esparce anestesia por la zona afectada con un algodón para dar paso a la dolorosa estocada de la lidocaína inyectada y esperar “unos minutitos” a que el medicamento te idiotice… digo, te haga efecto. En ese preludio al dolor anestesiado, mi mamá y el doctor estaban de lo más campechano hablando de declaraciones de impuestos, de la firma electrónica y otros horrores fiscales.

A mí me sudaban las manos, sentía las piernas trémulas como nunca y sólo podía pensar quién podría redactar el epitafio de mi tumba, quién se encargaría de las exequias posteriores y si habría suficientes nardos en mi funeral para disimular el olor a dentista que desprendería mi cuerpo.

Los minutitos pasaron en un pestañeo. Cuando abrí los ojos el doctor ya tenía un enorme desarmador sobre mi rostro y me previno que escucharía cosas crujir en mi bóveda craneal. Y empezó… y dolió. Alcanzó su enorme jeringa y suministró una nueva dosis de antestésico que dejó la mitad mi boca sumida en un trance entre el limbo y la inconsciencia. Esperamos “otros minutitos más” y luego vino lo más fuerte. Crack, crack, crack… y en menos de un minuto la muela ya estaba en la charola de utensilios, sangrienta y horrenda, fuera ya de mi boca.

El mismo doctor se sorprendió de que haya salido tan fácilmente y me mostró ese monstruo informe y con media cabeza en una gasa. Sentí que había dado a luz a un pequeño Frankie y pedí que lo apartaran de mi vista de inmediato.
Debo reconocer el magnífico trabajo del doctor José Ramos Rebollo: me hizo la extracción más rápida y más indolora de la que tenga cuenta. Aunque eso sí, como todo buen doctor me prohibió el café y cualquier tipo de irritante (que son mis preferidos), me recetó más antibióticos y desinflamantes y lo peor: me prohibió andar en bicicleta hasta el lunes.

***

En la vida del goloso, el momento preferido del día es la hora de los postres. Es esa misma situación la que, a la postre lo llevará sin escalas al infernal patíbulo de las extracciones, endodoncias y otros procedimientos odontológicos sacados de un cuento de terror que ni el mismo Quiroga pudo imaginar.

Ahora sólo queda ver cuántas piezas más hay que tratar de caries. Estén pen-dientes.



Como
Dijo
Don Wolfango:
Tengo
Dolor
De muelas
En
El
Corazón.




miércoles, 14 de julio de 2010

La importancia de llamarse Darinka

Soy hija en línea directa del futbol. Habiendo finalizado la euforia mundialista inmediata y quedándonos apenas con las cenizas de una apasionada aunque insípida Sudáfrica; vengo a contarles una bonita historia futbolera, digna de ser comentada como curiosa anécdota en el medio tiempo.

Tuve la gracia de nacer justamente un año después del mundial de 1986 en México. Todavía sonaba esa alegre cantaleta: “El equipo tricolor tiene mucho corazón y en la cancha lo demostrará…” en voz de una jubilosa pandilla que hacía poco con la garganta y menos con los pies. 



Desde ese entonces ya estaba marcado mi destino. Quiso el acomodo de cromosomas que naciera mujer y la disposición de los días que naciera en junio. Karen ya me llamaba desde antes de que naciera, el problema a debatir al interior de la familia era cuál sería el segundo apelativo de ese bebé que ya tenía nombre en caso de nacer, como finalmente terminó siendo, una niña.


Primer tiempo: conociendo la cancha

Tuvo mi papá la tremebunda idea de nombrarme Karen Elizabeth… (Este es un buen momento en el relato para espeluznarse). ¿Qué cómo fue que pensó llamarme de ese modo? Supongo que es fácil si nos trasladamos al pensamiento de un hombre de veintiún años viviendo las postrimerías de los ochentas. 

Y un día (porque en todo buen cuento siempre llega el día) llegó mi tío a la casa con una sonrisa en el rostro y una hermosa propuesta para nombrar a su recién llegada sobrina. 

Darinka dijo, y al unísono todos respondieron con un largo “¿cómoooo?”. Darinka repitió y la familia entera preguntó nuevamente mientras se rascaban la cabeza de dónde había sacado semejante mote tan singular, insólito y hasta pasado de ordinario.

La explicación es tan fácil como cómica, justificada tanto por la época como por las circunstancias y los personajes de esta historia. Aficionado histórico del futbol como muchos millones más en este país, devoto americanista y siempre atento a los resultados de cada torneo, mi tío no fue ajeno a ese mosaico de historias en torno al mundial en 1986.

Sepa usted que el director técnico de aquél equipo tricolor era ni más ni menos que el yugoslavo Bora Milutinović, ese simpatiquísimo individuo quien fue además jugador en los Pumas de la UNAM. Pues bien, ese hombre tiene una hija y se llama Darinka. Mi tío lo escuchó de la misma boca del entrenador en alguna entrevista y le pareció un magnífico apelativo para su recién nacida sobrina. Tan-tan; he ahí la explicación.

Aquéllos curiosos que se han interesado en conocer la historia nominal de quien suscribe estas palabras, siempre suponen de antemano que fue un nombre escogido con premeditación poética y reflexionado no sólo por la disposición fonética, sino pensado además con sumo interés del significado de éste. ¡Qué va! Me llamo Darinka y es un nombre ciento por ciento futbolero. 


Segundo tiempo: La democracia empieza en casa

Si usted se pregunta por qué fue mi tío quien me nombró y no mi papá, sus cuestionamientos están firmemente sustentados en una tradición histórica corriente. Naturalmente mi padre hizo un respingo al escuchar al osado que quiso llamar de modo tan extraño a su única hija.

El Karen ya era inobjetable, así me llamaban todos y punto; lo siguiente fue una breve pero sustanciosa discusión por el segundo nombre. Que si Karen Elizabeth o Karen Darinka… hasta pensaron en registrarme con los tres nombres: Karen Darinka Elizabeth, todo un espanto desde que son tres y ya se sabe que quien tiene tres apelativos se debe casi siempre a que no hubo un cordial acuerdo en casa y todos metieron su cuchara.

¿Cómo decidir, entonces? Diríase, como en cualquier partido de futbol, que un volado es la forma más democrática de decisión o la técnica comodina de dejar en manos del azar lo que no somos capaces de determinar. Si usted piensa que lo dejaron a un volado, cae usted en un segundo o hasta un tercer error. Lo cierto es que se lavaron las manos y le dejaron la responsabilidad ni más ni menos que al azar más ocurrente del que pudieron echar mano.

Un juego de poker fue el accidentado comisionado de escoger mi nombre. Y ya sabrá usted quién ganó…





Tiempos extras: de la mano de Dios a sus regalos

Yo no supe qué significaba mi nombre hasta hace algunos años. Mi tío sabía, claro está, pero nunca se le dio la gana decirme. Darinka significa en yugoslavo regalo de Dios. 

Veintitrés años y seis copas mundiales después sabemos que Yugoslavia ya no existe con ese nombre sino con el de Serbia y su perpetuo Belgrado; que la mano de Dios apareció en el mundial del 86 en el estadio azteca y que el regalo de Dios (supuestamente) cayó en mi casa un año después.

Pero Dios es mucho menos frecuente que otras diabólicas apariciones. Y en este caso, quién sabe si fue una mano de Dios o del diablo la que hizo ganar a mi tío ese juego de poker y por la que me llamo como me llamo. 

Así que me llamo Darinka y le voy a los Pumas. 

viernes, 18 de junio de 2010

El terrible vicio de subrayar los libros.



Días como éstos, envueltos de espesas nubes y amenazando siempre lluvia, son propicios para el recogimiento. Días como éstos, justamente hace unos siete años, cuando apenas iba en prepa y la lluvia me escupía sus verdades como dolorosas agujas en la nuca, cayó en mis manos el primer libro de José Saramago: El Hombre Duplicado rezaba aquella reseña en el periódico días antes de que vinieran a regalármelo envuelto en papel estraza y sin moño.

Quién sabe entonces por qué me empeñé en conseguir un libro del que no tenía mayor certeza que lo que algún desconocido habría escrito en esa lacónica brevedad casi obligatoria del apartado de libros en los diarios.

Lo recuerdo entonces, por ser el primero y por cómo me embelesó al grado de devorar ulteriormente unos diez libros del mismo dichoso autor. Hago esta referencia no con un vanidoso afán de presumir cuánto he leído, porque en el mismo empeño se me puede ir la boca; sino como la observación más humilde que se puede hacer a quien escribe: lo he leído por largas horas, he visto con sus ojos, se me ha enredado el pensamiento tras las palabras, he cargado su nombre en la mochila.

Hoy desperté con ese sobresalto incierto de la muerte distante. La noticia llegó a mi celular, lapidaria y fulminante: Saramago se fue. El remitente es un ser tan amado como inoportuno... Qué modo de despertar ha sido éste… Supongo que lo mandó a sabiendas de mi gusto, ese que se volvió casi un disgusto al saberlo muerto.

En un pasado aún más lejano de cuando comencé a leerlo, cuando aún medía metro y medio y asistía a la primaria, mi mamá y yo nos encontramos a Saramago en el Zócalo a la llegada de los zapatistas. Creo que tenía como diez años en las postrimerías del siglo ese y no tenía ni idea de quién era aquel señor de abundantes y despeinadas cejas. Y al verlo, mi mamá se acercó y fuimos las primeras y las únicas en recibir su firma en un ejemplar especial de la revista Proceso. Supongo que al verme tan pequeña tuvo un gesto de amabilidad medio indiferente, vayan ustedes a saber. Y mi mamá me regaló el ejemplar desde entonces y no conocí su escritura sino mucho después. Hoy guardo esa firma como la prueba fehaciente de que un día me lo topé; pobre niña frente a tamaña personalidad.

Detalle de mi autógrafo de José Saramago



***

Pocas veces he tenido este vahído sulfuroso de cuando muere a quien se lee. Casi todos los escritores que admiro de antemano los sé muertos; así me evito tener que escudriñar en la memoria aquéllas cosas que me legaron y que por natural consecuencia, se ven reflejadas en estas palabras.

Y me he topado, claro está, con un cúmulo interminable de elogios y críticas. Pero por muchos juicios contrarios que pude llegar a leer, mi afición por sus textos nunca disminuyó. No podría renegar de aquél que me hizo gastar tantas horas de modo tan apacible e hizo de una maraña de letras en los ojos, un panfleto de dichas encuadernadas.

Bien podría tapizar este post con un montón de sentencias del portugués, porque soy tremendamente mal educada y tengo la infausta costumbre de subrayar (con lápiz, justifico) los enunciados que me vienen en gana. El triste hábito de la torpe memoria, supongo. Recuerdo que leí en uno de esos libros, hoy no recuerdo bien cuál; a Saramago diciendo que subrayar los libros es decir “fíjate, hombre: aquí hay algo importante”.


***

Inhumano es no opinar, porque opinando y sólo opinando se oponen los pensamientos. Fue una de mis grandes influencias, aunque no en pocas ocasiones estuve en desacuerdo. Y no recuerdo momento en que no tuviera opinión.

Hoy aquí, con este embargo acumulado que traigo desde quién sabe cuándo, pensé también que me hace falta un perro que enjugue mis lágrimas. Y se me acumuló esto…

Me faltó conseguir su libro de poesía, ese que nunca pude comprar por barato. Y me faltó terminar Caín porque lo dejé a medias por descuidarme en la vida. Y me faltó hacer un par de reseñas más sustanciosas de sus libros.

Y me faltó también memoria para recordar un poco más. Pero ya afilé mi lápiz para seguir con esa exasperante manía de subrayarlo… es que no encontré mejor modo de evocarlo.

q.e.p.d.

sábado, 5 de junio de 2010

Las luces que no se extinguen.


A los niños fallecidos el 5 de junio de 2009 en el incendio en la guardería ABC en Hermosillo
A los niños que sobrevivieron.
A los que nos quedamos.




Ciertas heridas no cicatrizan pese a la indiferencia más monstruosa.
La luz de esos espíritus, los que se extinguieron y los que persisten;
el fulgor de quienes ya no están llegó hasta esta ciudad.

El olvido ha puesto un semblante institucional de indiferencia oficial,
de insensibilidad gubernamental y desdén burocrático.

Pero hay quien los conserva en la memoria,
como trozos de dicha que se ha ido,
como quien sabe que el cielo aguarda
y en la tierra habrá quien no guardará silencio.

Por ellos, por los niños de Hermosillo.
No hay una despedida, sino un recibimiento eterno en el corazón.

Son éstas las cosas que no deben de olvidarse.
Son éstos los sucesos que no deberán de repetirse.

Y aunque estamos en apariencia distantes
nos une la misma sed. De justicia. De Paz. De sosiego.

Para ellos. Por ellos.


Vigilia por los niños del ABC. Ángel de la Independencia. Ciudad de México.

lunes, 1 de marzo de 2010

Y de la bicicleta nació la luz

Nada se compara al simple placer
de un paseo en bicicleta.
John F. Kennedy


Texto publicado en el blog de Taller de Prensa III de la FES Aragón

Sólo a golpe de pedal se puede abrir un camino. Mucho más, cuando el camino se tiene que abrir paso entre las tinieblas de la ceguera: es andar a ciegas… montado en una bicicleta.

Organizado por el grupo de ciclistas urbanos Bicitekas y las organizaciones ciudadanas Contacto Braille y Muévete por tu Ciudad, Paseo a Ciegas tiene el propósito de conducir de manera segura a personas con discapacidad visual en un paseo en bicicleta para personas que han perdido la vista.
En punto de las nueve de la mañana comienza la ventura del itinerario, siendo el punto de reunión la glorieta de la Diana. Armados con una carpa, seis bicicletas tándem y herramientas de compostura ciclista, diez miembros Bicitekas esperan la llegada de ellos, los viajeros sin luz.
El primero en llegar es Ricardo García Escalera, invidente de 60 años, quien no tuvo que esperar demasiado para que uno de los choferes lazarillos emprendiera la marcha a la vanguardia de la bicicleta doble. Antes de salir se le dan unas breves instrucciones al paseante y a la cuenta de uno, dos y tres… se lanzan a la aventura sobre ruedas.

Aprendiendo a andar en bici tándem


Conducir una bicicleta tándem no es difícil, pero tampoco es una tarea sencilla. Ernesto Corona, integrante de Bicitekas comentó en entrevista que para llevar a cabo este proyecto tuvieron que dar entrenamiento a los choferes. “En realidad empezamos a organizar todo esto desde mediados del año pasado con cursos de sensibilización y prácticas para que todos aprendiéramos a usar bien las bicicletas tándem; pero se nos fue el tiempo y decidimos empezar en enero” comentó.
La experiencia del paseo a ciegas se vive desde ambos asientos de la bici. El primer paso es volverse ciego por unos instantes. A oscuras, prescindiendo de la luz con una pañoleta en los ojos, se debe de montar la bici y arrancar según las instrucciones de tu guía. El camino es otro cuando se deja de ver: las vueltas, la trepidación del camino y el acto de pedalear y frenar son acciones que pasan de la simpleza de la cotidianidad a una penumbra vertiginosa. Quien conduce, además de volverse los ojos del viajero, es su guardia.
El segundo paso es manejar la bicicleta, de primera instancia con alguien que puede ver, a modo de entrenamiento. Hay que prevenir al paseante de los baches, advertirle de las vueltas y de los frenos. Asimismo, el chofer puede describir el entorno: el contingente de policletos o los niños jugando carreritas; el murmullo de una clase de zumba o la afluencia de ciclistas en el camino.

A rodar el camino
Del mismo modo que los conductores recibieron adiestramiento previo, quien pasea en el asiento trasero debe conocer las dimensiones del vehículo. “Hay personas que perdieron la vista en su vida, pero las conocieron; hay otros que nacieron con esta discapacidad. A ellos se les debe de presentar la bicicleta, porque nunca la han visto” comentó Ernesto.
En el primer grupo se encuentra Jorge Pulido, presidente fundador de Contacto Braille. “Cuando yo veía, de niño, la bicicleta era uno de mis pasatiempos favoritos. La independencia de andar en bicicleta, la velocidad, el viento y la libertad… es insustituible.” Él perdió la vista a causa del glaucoma a los trece años. Ya en su etapa adulta, cuatro años atrás decidió dar un paseo en bicicleta con sus amigos valiéndose de las bicicletas dobles. Así nació Paseo a Ciegas: del deseo irrefrenable de libertad pese a las limitaciones.

Caso aparte se encuentra el pequeño Humberto, de tan sólo diez años, quien nació con discapacidad visual. Llegó de la mano de su mamá y fue Amaranta, biciteka también, quien le mostró la bicicleta que habría de montar, recorriendo el asiento, tocando los pedales, y reconociendo el manubrio con las manos. Y a la misma cuenta de tres, Humberto iluminó los ojos de quienes lo miraron con su sonrisa.




La limitación primera: el hombre

De acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), en México, un millón 795 mil personas tiene alguna discapacidad, 26% de ellas visual. Considerada por organismos internacionales como la segunda discapacidad más inhabilitante, la baja visión afecta a 467 mil personas en Nuestro país, de un total de poco más de 700 mil discapacitados visuales.


Pero el primer obstáculo para ellos no es su ceguera, sino la de los demás.

Este domingo fue particularmente difícil poder rodar por Paseo de la Reforma para los ciclistas ciegos y sus choferes lazarillos debido a la grabación del filme “Espacio interior”, para lo cual establecieron su locación a mitad de la avenida.

Miembros de la Secretaría de Gobierno del Distrito Federal trataron de impedir el paso a cualquier ciclista por la avenida y obligaban al paso por la banqueta, violando así la Ley de Tránsito para el ciclista, el cual establece que no se puede andar en bicicleta por las aceras.

Encarando a los ciclistas, tres representantes del GDF –cuyo nombre no quisieron revelar- se presentaron en la carpa para advertir de modo prepotente que no podían circular por el tramo de Reforma que comprende de la glorieta de la Diana al Ángel de la Independencia.

-No vas a pasar por ahí - sentenció amenazante el empleado.
-Vamos a pasar por ahí, porque es espacio público –argumentaron los Bicitekas ante la afrenta.
-Están grabando la película…
- Tú estás completo, tienes todo. Ponte a pensar lo que es no poder ver, vivir hasta casa del diablo y que una sola vez te dieran la oportunidad de andar en bicicleta y que una bola de güeyes te digan ‘no, no puedes pasar porque vamos a filmar en espacio público’. Y no nada más somos nosotros, todos. –replicó Ernesto Corona.

Y terminó la discusión, pero impidieron el paso finalmente, cruzando vallas metálicas de un lado a otro de la calle, finalizando tristemente el paseo dominical.

De cegueras sabe bien Ricardo García, quien tras haber concluido su recorrido comenta que incluso el arribo a Reforma es complicado. “Hoy es la primera vez que vengo, pero llega uno de verdad a ciegas, porque no hay nadie que nos sepa decir dónde está ubicado el paseo”.





Este cuento no ha terminado…
El camino no se cierra aunque el camino esté cercado, y eso lo saben bien los integrantes de Paseo a Ciegas. “La siguiente semana estaremos aquí, como hemos estado siempre, exigiendo que los espacios públicos sean para todos: autos, bicicletas y peatones” señaló Rodrigo, biciteka también desde hace dos años.

Este proyecto inició con apenas dos bicicletas tándem y hoy, gracias a la contribución de grupos ciclistas como Tlatilkas, Bicirrosis y Bici Cerdos, ya son seis los vehículos disponibles y diez choferes capacitados para pasear a cualquier discapacitado visual de manera gratuita.

Cada una de las bicicletas dobles oscila en un precio de 4 mil a 7 mil pesos en el mercado, siendo las más caras las más funcionales por tener un cuadro bajo, para uso más seguro de ciclistas de baja estatura.

Para continuar, además de bicicletas, choferes y paseantes, requieren visión: la de aquéllos que, capacitados para ver el mundo, tengan también los ojos bien abiertos para observar las necesidades de una minoría: los ciegos, que también son humanos y también andan en bicicleta.


http://www.contactobraille.com/

http://www.bicitekas.org/

http://www.muevetextuciudad.org/

domingo, 25 de octubre de 2009

La apoteosis de las caídas II: La maldición de la bici en la que aprendí a andar


Esa infame… la malquerida Turbo de Miguel donde aprendí a andar en bici hace ya año y medio me volvió a tumbar en el suelo. Entre ella y yo hay ciertas rencillas irreconciliables que no alcanzo del todo a comprender, puesto que fue en sus pedales donde saboreé la dulzura de la velocidad y por ella soy la ciclista empecinada que soy ahora. Pero también fue ella quien hace un año me tumbó en el Ajusco al más puro estilo presidencial (si quiere usted hacer un poco de memoria pulse aquí y aquí).



La Bici Turbo de Miguel: ¿antipatía?

Todo empezó con mi terquedad más necia de querer pedalear un rato. Hoy no tuve compañía, por lo que me fui andando sola hasta Río Churubusco, donde el Ciclotón me esperaba sin coches de por medio. Me puse mis audífonos y pese a las constantes cuestas que tuve que subir, no paré una sola vez; aunque admito que estuve a medio pelo de expulsar los pulmones por la boca. (Permítanme hacer una pausa para encender mi cigarrillo).

La música escogida al azar por mi IPod estaba de lo más deliciosa y acompasaba los claroscuros variopintos de un día de otoño indefinido que amenazaba con dejarse llover.

Ya en el camino, cierto señor montado en una bici de montaña estuvo a punto de chocar conmigo al cruzárseme de manera impertinente… no pasó de una mueca avergonzada de su parte y el correspondiente torzón de labios darinkiano.


Aquí mi cara de felicidad en Churubusco (y el vecino colado)



Cuando finalmente llegué a Patriotismo, mi boca era poco menos que el Sahara y mis labios eran los pedregales más secos de Arabia. Paré un segundo en el Oxxo para hidratarme y seguí mi camino.

***

El infortunado pronóstico de mi caída estuvo en la música que ignoré conscientemente, porque no hacía juego con el resto de las melodías que había escuchado. Préstele atención al título y dígame si no fue plan con maña de la perversa bicicleta:


Lo que sucedió no pudo haber sido más pueril: el cable de mis audífonos se enredó con uno de mis guantes, al mismo tiempo que caí en una pequeña zanja. El resultado: Darinka cayendo estrepitosamente sobre su lado izquierdo, primero la pierna contra el suelo, ingle chocando con la bici y finalmente pómulo restregándose en el asfalto. ¡Zaz! El IPod se deslizó unos metros adelante, el gatorade lo mismo, unas cosas se salieron de mi bolsillo y la bici quedó con las ruedas viendo al cielo.

Si usted cree que no grité, está equivocado. Lancé un profundo gemido, más que de dolor, de enojo. Al instante pensé “ah, pero qué pendeja soy”.

El primer ciclista que se detuvo resultó ser un truhán de segunda que, al ver mis cosas desperdigadas por la avenida se acercó fingiendo ayuda y con los dedos listos para robar… por eso mismo me levanté en un santiamén y recogí lo que había caído en el descenso: mi IPod, un encendedor y un labial. El pobre ladronzuelo tuvo que conformarse con hurtar mi Gatorade. Acto seguido, un grupo de ciclistas que suelen asistir con regularidad a los paseos dominicales me ofrecieron su ayuda, ésta sí genuina y altruista.

Fue hasta ese momento cuando caí (oh ironía) en cuenta de la magnitud del golpazo, pues aquéllos amables señores se acercaron a preguntarme de forma desinteresada si acaso estaba bien (aunque era obvio que no). Recogieron mi bici y me ayudaron a llegar a la orilla de la avenida. La señora con ojos de almendra y mirada maternal me untó pomada desinflamante en mi pómulo ardiente y me aconsejó irme caminando un rato hasta que se me pasara el susto.

Como ya dije antes, los ángeles andan en bicicleta. En esta ocasión, ellos fueron mis salvadores, si no alados, sí afortunados. Me despidieron los dichosos, con una bendición en los labios y deseándome suerte. Sé que los volveré a ver montados en sus bicis, y en ese momento les expresaré mi infinita gratitud por el cuidado que me tuvieron al verme postrada en el suelo y con la cara inflamada. Gracias, mil gracias.

Era la una con diez minutos cuando me desplomé. En lo que medio me recuperaba me dio la una y media. Supe que ya no podría terminar el circuito, menos por el dolor subiéndome por los muslos y las punzadas intermitentes de mi mejilla. Así que decidí llegar sólo hasta el metro Patriotismo, el mismo que no he vuelto a pisar desde la época aciaga de Nefastófeles (…) Observe usted el trancazo en fresco:


¡No! ¡En la cara no!

Mientras pedaleaba de regreso, la gente volteaba extrañada al escuchar mis gemidos de dolor. Cada pedaleo se me hizo un suplicio, por lo que ignoré las caras de incredulidad molesta de las personas alrededor y me fui lamentando sonoramente.

Seguro usted debe estarse preguntando qué le pasó a la condenada Turbo de Miguel: Nada. Apenas un leve raspón en el asiento y su orgulloso temple de aluminio amarillo y plata sigue intacto. La otra vez sí que salió dañada, pero esta ocasión hasta parece que caí de tal modo que a la bici no le ocurriera nada.

Si usted cree que ahí termina mi tragedia bicicletera, cae usted en un segundo error. Mientras gimoteaba lentamente para llegar al metro, el cielo comenzó a escupirme. Llovió pausado y tupido, de modo que cuando pude al fin guarecerme, ya estaba poco menos que empapada.

Ya en casa, con los sentidos turbados por los medicamentos y los nervios espeluznados por la hazaña, me siento aquí a contarles que mi pierna no tiene un moretón que legitime el dolor que me tiene postrada en esta silla y dopada al punto de la inconsciencia. Pero créanme: caerse de una bici, duele y mucho.

***

Ya fui a hacer las paces con la bici de Miguel. Acordamos que las anécdotas se quedarán sólo en el camino y que evitaremos malentendidos ulteriores si ceso mis intentos de montarla. Vaya pues, es una bici bondadosa y hasta amable, pero no está hecha para la ingenuidad de esta ciclista, necia como ninguna y distraída como ella sola.

Recordamos que el suelo no pierde dureza por más que andemos en él y que las caídas son el signo inequívoco de que el tránsito por nuestra vida es un largo paseo en bicicleta: con caídas y tropiezos; cuestas interminables y bajadas veloces que de tan bellas nos da vértigo.

Es la vida mi mejor paseo en bicicleta, y yo a mis veintidós, sigo aprendiendo. Con todo y las partidas de madre que me llevo en el camino.

***

Mejor me entretengo un rato viendo verdaderas caídas, y no pequeñeces de ciclista dramática como la mía.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Literalgia IV: Ensayo sobre el olvido


Cuando la vulnerabilidad se miró al espejo, encontró olvido transparente. Las memorias en un descuido se diluyeron en la superficie del cristal embustero: la salida fácil del atormentado por la memoria. En la brutalidad de la conciencia más desalmada existe el olvido como ingrediente impío de una lucidez cínica.

Es el olvido el artificio más filoso para la emotividad de los románticos y el abanico que agitamos cuando el bochorno de lo vivido nos colorea las mejillas de desencanto. Refugio de los torpes por excelencia, es la carretera de cuota del destino: hay que pagar con el impuesto de nuestros recuerdos para arribar a la indiferencia. Idilio de los cínicos y panacea de los desesperados; es el último recurso para las almas sin sosiego.

***

Durante días charlamos sobre cómo la lluvia dejó de ser harina de agua cerniéndose tierna en nuestras nucas para volverse una dolorosa convulsión de nubes. La tormenta se llevó en su caudal un montón de papeles sin sentido, un baúl perfumado con las cartas de un viejo amor, y unos vehículos que ya no circulaban de tan viejos. Descompuso el orden impuesto y trastocó nuestros nervios.

Para otros más dichosos, el aguacero fue de besos y el chaparrón fueron caricias sobre la piel. A unos les llovieron verdades y a unos más, la leve llovizna del deseo les alborotó el calor insufrible de la distancia.

Para los más desgraciados, el granizo aplomo de la realidad agujeró el techo de las soberbias más duras y la tormenta fue tan eléctrica que erizó los vellos de la altivez más mundana.

Al final, nuestras ropas despedían ese hedor húmedo de tormenta necia perteneciente un verano que se postergó hasta un punto insoportable.

A todos nos llovió: quedamos empapados del último mendrugo de cielo y de la humedad que las nubes no soportaron.

-Ha llovido tanto estos días…
-Tal vez mañana llueva
-Ojalá y no… -y al decir esto, tiré la sombrilla en el rincón del garaje.

Ese día, las llaves celestes se cerraron y nos olvidamos de la lluvia. Perdimos las anécdotas en el camino pedregoso de la ingratitud olvidadiza. Se reconstruyeron los techos del orgullo y se levantaron las infames columnas de la vanidad. Nos sacudimos las gotas de melancolía de los cabellos y fingimos que la tormenta había pasado. Reescribimos el amor en papel nuevo y usamos la tinta indeleble de lo artificial.

Pero de todo cuanto fingimos aquéllos meses de benevolencia, no nos habría de durar más que una estación. Días ha, percibimos en la atmósfera el aroma azul de la humedad que se avecina ycorrimos a la sombra más cercana a guarecernos de lo inexorable.

***

Cesamos la memoria pluvial con el juicio más despierto de nuestra crueldad; nos hicimos de la memoria corta y arrugamos los papeles de lo aprendido.

Asimismo, olvidamos el huracán de odio de la colectividad, la lluvia de besos en que pusimos el alma y que nadie nos correspondió, el chaparrón de promesas que no nos dio la gana cumplir, el rencor que sobrevino al aguacero de indiferencia y las ganas que nos sobraron cuando finalizó la llovizna de deseo. Fingimos primaveras y edificamos en vano.

Siempre llueve... por más que tratamos de pronosticar los recovecos de la lluvia y de vaticinar a sabiendas de que se nos va a quebrar el corazón cuando granice realidad; siempre, siempre, siempre, andamos sin paraguas… y el recuerdo no ha querido escampar.

lunes, 7 de septiembre de 2009

La Infinita Temporalidad de la Música-III


En el ánimo más cursi de los cretinos nostálgicos, no hay vicio más deleitoso que poner una y otra vez las canciones que en el pasado estuvieron cargadas de significación. Hay quien dice masoquismo… yo digo que nos encanta ponernos el pié y sabotearnos la memoria a costa de una ventura pasada. Que hayan pasado ya muchos veranos entre aquéllos momentos y los tiempos como éstos no les resta un gramo de trascendencia.

Sin embargo, el granuja melancólico tiene en ocasiones que meter freno de mano para no apresurarse al abismo del recuerdo petrificante, pues se corre el riesgo de padecer estados psicóticos melódicamente intranquilos. Imagine usted un espasmo que no olvida y empecinado en recordar, sonorizado al gusto del melómano cursilón.

(Yo Darinka, con mi absurda gandallez pisoteada y con toda la crueldad de mi obtusa remembranza; me he visto en la necesidad de sacar de mi Ipod ciertas cancioncitas y sus desasosegados sonsonetes de sueños rancios. Inclusive los desafortunados CD’s han sido empacados en el baúl del olvido más profundo. Aunque aún no haya borrado tales melodías de mi Itunes, han prescindido de la palomita que hace que se reproduzcan en un descuido de la distracción del Shuffle.

Por salud mental, he botado ciertas sinfonías gastadas y tonadas aletargantes. Adiós… Si te vi, ni me acuerdo. No sé cómo va la canción. Se me olvidó la tonada. Abur... lárguese de mi Itunes.

Y no sólo eso. Es increíble cómo en la página de LastFM de un clickazo se puede borrar un año de música. Ahora sí: he terminado mi proceso de depuración musical.)


Nótese la rola que estaba reproduciéndose en el momento... ¿Casualidad?

Ando arrastrando los piés…

Sabe usted bien que el modo Shuffle en cualquier reproductor de música, puede ser el oráculo más acertado o artilugio dtecnológico idóneo para acorralarnos contra la pared de lo acontecido.

Llama la atención que el modo aleatorio de estos programas que hacen las veces de tocadiscos, tenga a mal llamarse SHUFFLE. Busque usted el significado en algún diccionario Español-Inglés y viceversa:

Shuffle:
1 n (a) to walk with a- Caminar arrastrando los piés.
(b) (Cards) barajadura f; to give the cards a – barajar las cartas: whose-is it? ¿a quién le toca barajar?

2 vt (a) feet. Arrastrar.


O Steve Jobs es un mequetrefe o no pudo imaginarse el marasmo en el alma frágil que clickea Shuffle y va arrastrando los piés en cada nota...


2003-2005: Coyoacán en el alma y mi mosaico de musicalidad

Quienes vivieron esos años conmigo saben que fue una de las temporadas más dichosas, extravagantes y memorables de mi vida.

Presenté mi examen para ingresar al bachillerato y sin la menor complicación mis rumbos se trasladaron a las calles de Coyoacán: Corina No. 3 Del Carmen Coyoacán y la Escuela Nacional Preparatoria Número 6 Antonio Caso.

En esa prepa todos eran tan raros y tan ñoños como yo. Albricias.

Necesitaba material nuevo para mi Discman (en esa época, todavía se usaban los discman. Los reproductores mp3, Ipods y demás enseres digitales aún no eran populares).

Supe lo que era el positivismo y lo deseché de mi mente, me hice discípula de la escuela del cinismo y volví a Diógenes mi mentor. El primer año nos quemamos las pestañas con unos 50 libros y los exámenes de historia eran 10 preguntas a desarrollar en 50 minutos: todo el examen escribíamos unas cuatro cuartillas infestadas de historia universal.

Fue ahí donde conocí a mis maestros más entrañables, como Froylán M. López Narváez (no se pierda su columna todos los miércoles en Reforma) o mi gurú, Luis Darío Salas Marín. Caramba… hacen falta profes como ésos en mi Rancho-Escuela.

Basta de ya palabrería que evoca. Vayamos a lo nuestro:


Los Auténticos Decadentes: Si usted no se conmueve con Osito de Peluche de Taiwán… hay tabla.

Mi favorita era La Guitarra, la que coreábamos al unísono cuando íbamos ya en sexto. Y sigo sin querer ir a trabajar, ni estudiar… quiero tocar la guitarra todo el día.

Latin Ska Force: De mis mejores discos en la prepa. Lo descubrí cuando iba en quinto y Ernesto y yo nos hicimos fans. Tiene ese toque de unión latinoamericana y el canto ideológico de libertad de la que todo adolescente es presa en algún momento.

El cover de Esto no es una elegía, La Polka Pelazón, Un Lejano Lugar y Skápate son mis preferidas.

Ely Guerra: Ojos claros, labios rosas. No necesito decir más.

Cuatro Caminos, Café Tacuba: Cuando andaba de cursi, cantaba Mediodía. Cuando andaba alegroide, Eo.

Rocanolver: En tu planeta me quedé… dedicada a Miguel.


El mejor descubrimiento para un adolescente furioso: el Grunge de Nirvana. You know You’re Right y sin faltar: Smells Like Teen Spirit


Los clásicos: Darinka no se puede desprender de sus raíces de cantautores.

Silvio en la prepa fue un hit, porque hablaba de Cuba y yo siempre me opuse al bloqueo. Era como la materialización musical de mi pensamiento que gusta de leer a Kapuscinski, a Galeano y a Fukuyama.

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Otra vez… ¡ahí viene el pop!

Coldplay: The Scientist es la rola popera de la Prepa. Sobre todo por el vídeo.

The Coral: La favorita es Dreaming of You. Hasta en Alfa la pasaban…

Green Day: Siguiendo en mi mood latinoamericanista, me gustaba contradecirme a mí misma cantando American Idiot, aunque bien sabía que eran gringos bien puestos los que escupían al cielo.

SOAD: Para ponerse un poco rudos, nada mejor que Toxicity o Chop Suey.

Evanescence: Cursi-violento de escaparate. Era la época, nomás.

Nelly Furtado: Y la rola que me marcaría hasta hoy: Try. El que es melancólico no deja de serlo aunque pasen los años.

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Aquí viene la mejor parte. Fue en la prepa donde consolidé mi gusto enfermizo por un par de bandas.

En rigor, para mí éstos fueron los discazos de U2 y Depeche en la prepa:


How To Dismantle an Atomic Bomb: ¿Cree usted que el nick de atomicdarinka es gratis? He aquí su origen. Salió en 2004, justo la época en que saqué mi primer mail.

The Best of 1990-2000: La noche de día de reyes del 2003, Miguel me regaló el DVD de este disco. De esos vídeos devino mi gusto, que ya había empezado años atrás, pero que acá se hizo religioso.

The Joshua Tree: Sepa usted que el día 3 de junio de 1987, With Or Without You estaba en el número 1 de Billboard. Ese hecho me marcó.

Este disco es El Disco.

War: Claro… estaba en la prepa. Una y otra vez cantaba Like a Song. Su contenido político me encantaba, la voz rebelde en pos de la libertad, el puño levantado por el domingo sangriento. Finalizando con 40. El disco de los eternos adolescentes.

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The singles 86-98: Con todo y que vivía con 30 pesos al día, me las arreglé para comprarme este disco en Mixup. Fue mi primer CD de Depeche.

101: al escucharlo, siempre me imaginé que estaría un día en un conciertazo de esos. El primero lo viví hasta el 2006. Ya viene el del 3 de octubre.

Playing The Angel: Éste salió en las postrimerías de la preparatoria. Lo incluyo en esta temporada porque lo escuché hasta el cansancio antes de que me hiciera universitaria.

Music For The Masses: A mi gusto, es uno de los mejores de Depeche. Sobre todo por Nothing y Never Let Me Down Again.



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Una vez que uno pasa tres años en esas calles, se lleva a Coyoacán en el alma. Lo que me dejó la prepa, además de un cúmulo de teorías y conocimientos, fue un puñado de amigos entrañables como mi hermanito Ernesto.

Y sí… soy de esas que gustan autosabotearse a costa de la música mientras arrastra los piés. Soy de la clase de cretinas que de un clickazo borra canciones. Soy la clase de bribona que cree en el infinito, porque la misma rola que escuché en 2004 me sigue sabiendo igual en 2009.

***

La Música lo es todo, menos el mundo.



jueves, 18 de junio de 2009

La Infinita Temporalidad de la Música- I

Siempre me pasa lo mismo: cuando al fin logro deshacerme de esta sórdida computadora y desempolvo algunos de mis viejos, viejísimos CD’s, la nostalgia me atraviesa la espina como morboso flechazo de tiempos pasados.
 
En términos mediáticos, -para aquéllos ociosos que no se separan de la tele- cada temporada de mi vida tiene su propio soundtrack. Y uno siempre vuelve a escuchar melodías pasadas, piezas cargadas de significación, sonatas gastadas, melancolías armoniosas, delirios musicalizados, alegrías sonoras y tristezas perennes perpetuadas en mp3, en CD, qué sé yo…

Seguro a usted le ha sucedido lo mismo, cuánto más si se ha desenvuelto en los pormenores de una corriente, paladeado las melodías de algún o hubo una época de su vida en que no soltaba el disco de (…) que de tantas veces tocado terminó por ser un diabólico remix del caos. 

Yo nací en la época en que los acetatos seguían siendo onda. Honestamente no lo recuerdo ya, pero a mis seis años ya tenía mi primer CD de… honestamente no me acuerdo, seguramente fue de alguna ñoñez popera de la que podría avergonzarme, así que lo omitiré negligentemente de la lista. 

Hago aquí un recuerdo cómico-mágico-visual-nostálgico de las melodías que marcaron profundamente los periodos de mi vida. No haga mucho caso de la impertinente mezcla de estilos… siempre he sido un cocktail de contradicciones. Comenzaré hasta donde mi desmemoriado archivo musical se puede estirar.

Temporada infantil: Los pavorosos 90’s

Yo fui el hazmerreír indiscutible de mis compañeros de primaria entre otras cosas, por mis gustos musicales. Claro, las escasas coincidencias que teníamos eran las únicas que me podían unir al grupo de niñas con las que me junté a lo largo de dichos años. ¿En qué coincidíamos aquéllos rufianes y yo? Obvio, en el pop más mediático y desdeñable de aquéllas épocas:

En las kermeses de la escuela, el minúsculo salón adaptado con papel de china en las ventanas y unas coloridas lucecitas prestadas por alguna solícita mamá no podían faltar estos hitazos...

Shakira: En esas fechas, para mí era onda. Cuando se tiñó rubia Miss Clairol se olvidó de agarrar la guitarra. “Estoy Aquí” era la más socorrida entre la chamacada. Aún escucho esas rolas de vez en cuando y no puedo evitar pensarme con mi falda azul tableada y mi mochila morada.

Fey: Cuando ella aún era joven todos trajimos el sonsonete de la canción esa “La media Naranja”. Confieso que yo también me puse pantalones a cuadritos y una mascada en la muñeca (…)

La Onda Vaselina: Corría el año de 1998 y en una de esas ramplonas celebraciones preferidas por los ñoños -el 14 de febrero-, un grupo de mocosos cantó a grito pelado la funesta melodía “Te quiero tanto, tanto, tanto…” Las maestras pensaron que sería buena idea cantarla como numerito del horror el día de las madres. Desde entonces odio los catorces de febrero; por cursis, innecesarios y por ser el día de la afectación nerviosa a ultranza.

Y aunque en esos tiempos no mascaba ni un “hello” me gustaban las tonadas de ciertas canciones en inglés...

Cher y Blondie: “Believe” y “María” fueron las rolas con las que recuerdo el fin de la primaria y su sexto año: 1999, para ser precisos.

Savage Garden: “Truly, Madly, Deeply” fue la canción preferida a la cursilería patólogica y la ridiculez innata de mis compañeras de salón.

Spice Girls: El Girl Power de las mujeronas inglesas me conquistó. A mi ingenuidad, su imagen tuttifrutti y su pseudo glamour fueron suficientes para hacerme cantar. ¿Quién no recuerda “Wannabe” y su tonada amigable y vivaracha?


Pero no piensen mal de mí. Cualquiera en sus inicios puede tener un tropiezo tan estrepitoso como yo, que caí cuan larga soy en las garras de la música popera más comercial. 
La razón por la cual los intolerantes granujas de mi escuela y por consiguiente sus mentecatos padres me etiquetaban de rara y rebelde se encuentra en estos álbumes:

Real de Catorce: Mis rolas por excelencia son “El Quinqué” y “El Taxi de los Sueños” sobre todo, porque como dice la canción, estaba casi siempre medio fuera de lugar. Cuando tenía como 10 años mi mamá me llevó a Rockotitlán (el original en Insurgentes) a verlos. Fue una gran noche…

Jaime López: Ya desde entonces cargo con eso. “Del calor a lo frío” y “Desenchufado” son mis rolas desde entonces. Y cada vez adquieren más significado para mí. Ahora mismo exploro la etapa literaria del buen López. 

Cecilia Toussaint: Va de la mano con Jaime. Cuando el hartazgo de las burlas se hacía insufrible, cantaba “Me levanté muy rara el día de hoy / Me siento bien pero me siento mal / Mejor por ahí me largo a dar el rol / Me siento bien pero me siento mal”

Julieta Venegas: Me gustaba desde Tijuana No. “De mis pasos” fue una de las rolas que me prendieron en la primaria. 

Café Tacuba: Cuando mi mamá me peinaba, solíamos cantar juntas “Las Flores”, que es sin duda la canción más tierna y amorosa que se haya escuchado en esta ciudad. Todo el Re es un retrato sonoro de mis días en la primaria. 

Botellita de Jerez: Ellos me enseñaron a decir las groserías más pedestres, con este disco comprendí el significado de los albures de mis compañeritos y me reía de sus nacadas. Cuando los niños me escucharon gritar un pendejo por primera vez, comenzaron a respetarme. 

Los Tres: “Déjate caer” fue mi primera rola viajada. Pensaba que efectivamente, la tierra es al revés y que la vida es imprecisa. 

Mexicanto: Una escena que no me puedo sacar de la memoria: Feria del Libro Infantil y Juvenil en el CNA, mis cuadernos nuevos el domingo anterior al primer día de clases y “Todo Vale Hoy” sonando. Y no podía dormir por el asunto ese de que un amigo no se encuentra tan sencillo.

Fernando Delgadillo: Solía despertarme aún de noche y llegar a las siete de la mañana a la escuela para el ensayo de la Banda de Guerra. “Carta a Francia” siempre fue mi favorita.

Fito Páez: Otra contribución de mi mamá. “11 y 6” me volvió loca. Supongo que fue la historia que cuenta, porque los de la canción eran niños como yo o porque yo también iba a cumplir once años.

***
No sé si fue el sobresalto de los veintidós o la nostalgia que un día mi Ipod sembró en los cajones de mi corazón. Pasé la semana entera en una introspección a fondo, recapitulando lo vivido, hojeando el álbum de fotografías de la memoria. 

Aquí no se acaba la historia, estimado lector. La lista es larga y los discos escuchados están apilados en caótico desorden en mi habitación. Pensé en hacer un solo post con mis comentarios, pero la lista se prolongó de más y los recuerdos se hicieron océano. 

Quizá, si las coincidencias entre usted, que lee este blog y yo, que me entrego sin peros a los juegos perversos de los recuerdos se hagan dicha y simpaticemos en uno o más álbumes. 

Al infinito y más allá…

jueves, 4 de junio de 2009

Carta de Karen a Darinka

Permíteme felicitarte una vez más. Bien sé que ya es 4 de junio y el tiempo de las felicitaciones cumpleañeras ha cesado ya, pero no puedo evitar seguirme congratulando por un año más. Y es que veintidós años no son cualquier cosa, y menos con la intensidad con la que has vivido...

Bien sé de los obsequios que el mundo ha traido hasta tí el día de hoy: un escándaloso cinco que se suma a tu infausto historial académico, una mordida por ser sorprendida celular en mano y además de todo, sé que estás malgastando estos minutos que deberías de ocupar en terminar tu trabajo final para una insensata materia que no te ha dejado más que tiempo perdido. 

No seas ingrata, Darinka... no seas ingrata. De cualquier forma poco te interesa la administración y eres igualmente corrompible. 

Debo recordarte que de las llamadas recibidas, todas ellas fueron significativas; de los mensajes y de los comentarios que fueron revestidos de cariño en cada palabra, de los mails que sobrellevaron el mar y llegaron intactos a tus ojos, de los chocolates con bendiciones que dejaron en tu cama o de los mariachis trasnochados que tocaron a tu ventana.

No hace falta que me digas que éste fue un día de tantos, porque las calles se colmaron de tránsito furioso, porque de un momento a otro te llovieron claxonazos o las noticias fluyeron en su misma caótica constancia y el oprobio político no diminuyó en su cizaña electorera.

Pero hazme el favor de asomar tu nariz escaldufa por el ventanal de tus desvelos: la sábana cósmica se ha despojado de su velo de nubes y te obsequia -por lo menos esta madrugada- la fotografía de una media luna y las estrellas más brillantes bordadas en su superficie. Has quedado empastelada de ternura y tu mirada está constelada de porvenir.

Yo, por ser tú misma sé que tus ojos delatan tus veintidós y la incertidumbre no se ha esfumado de tus palabras. Basta ver con cuánta desmesura te conduces. 

Sé que agregar un año es agregar la misma impaciente urgencia de amor y sé que las mañanas seguirán deslumbrándote en su esplendor, lo mismo hoy que cuando tenías quince. 

Yo, por ser siempre tú y porque somos la misma, sé que no hay mejor regalo que el poder contar que cumplimos veintidós y que aún habrá muchos chaparrones de abrazos, impensados raudales de besos y significativas cartas escritas en el cielo con tinta de cometas.



Gracias a los que se acordaron y también a los que se les pasó... Los quiero a todos:
(En órden alfabético, los que se acordaron:)
-Abraham       
-Ahmed
-Alejandro
-Anahí 
-Armando
-Azucena
-Darko
-Dave
-Erick
-Ernesto
-Esmeralda
-Fabián
-Fernando 
-Gladys 
-Gustavo
-Hugo
-Ittzel 
-Jorge
-Jorge 
-José Antonio
-Juan Luis
-Lourdes (Obvio)
-Lydia
-Migues
-Rubén
-Vilchis
-Thania

Y también de los que ya no me acuerdo!!

miércoles, 6 de mayo de 2009

La Ociosidad Impertinente: De Vuelta a lo Cotidiano


Se hace necesario voltear la mirada: la infamia se hace vulgar, ominosa e hiriente. Si bien la estrategia de encontrarle el lado humorístico a cualquier contingencia es una técnica socorrida para sobrellevarlas, nada justifica la holgazanería burlona del mentecato que le pone cubrebocas a su auto.  Claro que la brutalidad más lastimosa no es la del gaznápiro que vende tamaños tapabocas, sino del zopenco compadre que malgasta cien pesos en hacerse el chistosito ante la prole.

Puede usted pensar que es el inherente ingenio mexicano el que se carcajea de las adversidades y le pone a Benito Juárez un tapabocas por andar de mano en mano. Debo reconocer que hay bromas perspicaces y chispeantes de alegría. Pero más que un mecanismo de defensa, el humorismo en tiempos de influenza pone en evidencia de cuánta holgazanería han estado llenos los días y cuán perezoso es el ánimo burlón de quienes se las gastan en bromas que a mí no me hacen reír.

***

Más que un suplicio, estos días de eventualidad sanitaria han sido una delicia a disfrutarse. El deleite del recogimiento, el silencio imperante y el rumor apagado de la ciudad son cosas que no volveremos a vivir. 

¿Quién quiere regresar a la normalidad aparente? Si tomamos normalidad como sinónimo de caos, histeria, bullicio y apatía preponderante; me niego con todas mis fuerzas a regresar a la cotidianidad. 

Volver, como si no fuera suficiente con lo vivido, a la apatía vigente de un salón colmado de pelafustanes, a la lluvia de tráfico donde llueven claxonazos y mentadas de madre, a los encabezados de violencia perpetua, a las aceras escupiendo gente, el desprecio eterno por el otro y la prisa, siempre la prisa…

Si eso es volver a la normalidad, he de confesar que no estoy preparada para tal afrenta…

martes, 30 de septiembre de 2008

La apoteosis de las caidas




Por vez primera desde que aprendí a andar en bicicleta tuve que sentir con toda su crueldad lo que se siente caer.

Como todas las caídas que he vivido, ésta fue estrepitosa y en extremo dolorosa.
Lo primero que cayó fue mi hombro izquierdo y rematé con un pequeño rebote de cabeza. Lo siguiente fue llanto y una confusión mezclada con nauseas y mareos, además de una justificada falta de serenidad y pánico por el dolor. Una caída bastante vulgar... muy a lo Felipe Calderón.


La rueda delantera de la bicicleta de Miguel (que era la que yo manejaba en ese momento) desvió su rumbo y chocó contra la estrecha banqueta que rodea el igualmente delgado circuito… súbitamente y sin que pudiera al menos hacer un movimiento para evitarlo, mi cuerpo dio contra el duro asfalto hecho para llantas.




(Yo antes de caer)

Sigo cayendo, sigo cayendo… se cae el mundo y se caen mis historias, se cae mi país y se cae mi semblante, caen los dizque criminales y caen las verdades después. Parece que todo termina por caer aunque en apariencia marche en un par de ruedas.



http://rueda-libre.blogspot.com/ (Por las imágenes robadas)