Pero que no se me malinterprete, por favor. Una persona que vive de su imagen, se vende a sí misma aunque lo que vende no sea lo que se es y pretenda serlo. Lo mismo pasa con modelos y con candidatos… Y nada de eso significa que sea denigrante o misógino, como reclaman ciertos ignorantes puristas. Si no dediqué el resto de mi vida a ser modelo es porque pensé. Y pensé que valía más que sólo dejarse ver.
miércoles, 9 de mayo de 2012
Yo nunca aparecí en Playboy…
Pero que no se me malinterprete, por favor. Una persona que vive de su imagen, se vende a sí misma aunque lo que vende no sea lo que se es y pretenda serlo. Lo mismo pasa con modelos y con candidatos… Y nada de eso significa que sea denigrante o misógino, como reclaman ciertos ignorantes puristas. Si no dediqué el resto de mi vida a ser modelo es porque pensé. Y pensé que valía más que sólo dejarse ver.
domingo, 8 de mayo de 2011
El patíbulo del goloso
Y no, no vengo a ofrecerles el relato de quien con naturalidad se deja extraer el poco juicio que le queda en forma de muelas –nunca he entendido cómo es que hay quien a la menor provocación va con infame alegría a dejarse sacar las muelas y todavía pagar por ello-. Lo mío es una vulgar caries de confitería cocinada a fuego lento en el horno de mi golosa bocota.
***
El que es buen pez, por su boca muere. Pero yo ni siquiera sé nadar y siempre ando mordiendo el anzuelo. Ya desde que visité al primer verdug-ódontologo cuando iba a la primaria, sabía que cualquier consultorio dental que visitara sería a final de cuentas, mi cadalso recurrente. En ese temprano entonces había ido nada más a una revisión de la caída de mis dientes de leche y a corroborar la saludable salida de los permanentes.
Pero ya saben que ésta, su inconstancia con patas, no se volvió a parar por un consultorio dental si no era con dolor de por medio. La historia siempre fue la misma: ir a calmar el dolor a sabiendas del espeluznante y agudo sonido de la fresa y salir de ahí con la boca apestando a curación y una cita para continuar el tratamiento… y dejarla pasar por otras cosas más apremiantes.
Los años pasaron rápido, como suelen pasar en las historias de los ingenuos y yo seguí siendo la misma golosa que sucumbía por unos bombones con chocolate, que era sobornada por sus compañeros con la selección más fina de la dulcería y su pasatiempo favorito es y será la hora de los postres, caramelos y otras delicias azucaradas. De chicles ni hablemos, pues dejé de frecuentarlos en la secundaria porque gracias a su pegajosa consistencia me hice de mis primeras amalgamas.
***
Nadie se muere de un dolor de muelas, pero quien lo padece se quiere morir. Empieza uno con ínfimos piquetitos al interior de la boca que empeoran a tal velocidad que en un par de horas soportar la cabeza encima de los hombros es una hazaña. Entonces un analgésico empieza a ser menester para el goloso adolorido, que acude a la farmacia o al cajón de las medicinas y apura la primera pastilla que se le ponga enfrente. Luego va al espejo a evaluar la magnitud del desastre y es entonces y no antes cuando se advierte la dimensión de la trastada: la pequeñísima caries que ayer apenas nos causaba molestia, hoy ya es una monstruosidad que pretende sacarnos otro agujero e inaugurarnos una boca nueva.
El condenado (en este caso, quien aquí suscribe) no tiene más remedio que hacer cita con el dentista cuando los paliativos fracasan. En mi caso, ya no regresé con el viejo conocido, sino que fui con el odontólogo de mi mamá, que tan buenos resultados le ha dado.
Llegar a la primera cita es saberse de antemano condenado a muerte. Primero, porque el alma se trae en la boca y uno quisiera escupirla en el primer lavabo disponible y luego, porque el doctor dictaminará con ojos de piedad y hasta con cierto tono de burla dirá: ya no hay nada que hacer por esa muela, la infección es inconmensurable; hay que extraer.
La sentencia resuena atroz por todo el consultorio. Y uno todavía quiere pelear, quiere salvar la pieza y sugiere una endodoncia. Con toda la sabiduría de su paciencia, el dentista explica por qué no es posible cualquier bienintencionado procedimiento para redimirse de la caries sin perder más que dinero y procede a prescribir antibióticos por siete días para bajar la infección y garabatea la fecha y hora de la muerte en la agenda.
Como todo buen condenado, tuve mi última cena. Una gringa con mucho queso y una generosa cantidad de tacos al pastor. Me habría gustado deleitarme con una cerveza, pero ya se sabe que los antibióticos y el alcohol llevan mucho tiempo peleados y no se sientan a la misma mesa.
Tienen ustedes que saber que fue una infamia que el doctor me haya citado a las nueve de la madrugada en su consultorio para una proeza de magnitudes mortales. Claro está, llegué tarde acompañada de mi mamá, que ya es muy cuate del doctor José a secas. Yo estaba lívida, con la presión baja y apenas mostraba señales de vida. Mi mamá y el doctor intercambiaron estampitas y le dijo que me había tomado el medicamento al-pié-de-la-letra y ella podía certificarlo –sepa usted que cada que me tocaba medicamento me llamaba por teléfono y me amenazaba con cosas terribles de no hacerlo-.
Habiendo hecho las primeras consideraciones, empezó el martirio. De entrada pareciera que todo va a estar bien y el médico esparce anestesia por la zona afectada con un algodón para dar paso a la dolorosa estocada de la lidocaína inyectada y esperar “unos minutitos” a que el medicamento te idiotice… digo, te haga efecto. En ese preludio al dolor anestesiado, mi mamá y el doctor estaban de lo más campechano hablando de declaraciones de impuestos, de la firma electrónica y otros horrores fiscales.
A mí me sudaban las manos, sentía las piernas trémulas como nunca y sólo podía pensar quién podría redactar el epitafio de mi tumba, quién se encargaría de las exequias posteriores y si habría suficientes nardos en mi funeral para disimular el olor a dentista que desprendería mi cuerpo.
Los minutitos pasaron en un pestañeo. Cuando abrí los ojos el doctor ya tenía un enorme desarmador sobre mi rostro y me previno que escucharía cosas crujir en mi bóveda craneal. Y empezó… y dolió. Alcanzó su enorme jeringa y suministró una nueva dosis de antestésico que dejó la mitad mi boca sumida en un trance entre el limbo y la inconsciencia. Esperamos “otros minutitos más” y luego vino lo más fuerte. Crack, crack, crack… y en menos de un minuto la muela ya estaba en la charola de utensilios, sangrienta y horrenda, fuera ya de mi boca.
El mismo doctor se sorprendió de que haya salido tan fácilmente y me mostró ese monstruo informe y con media cabeza en una gasa. Sentí que había dado a luz a un pequeño Frankie y pedí que lo apartaran de mi vista de inmediato.
Debo reconocer el magnífico trabajo del doctor José Ramos Rebollo: me hizo la extracción más rápida y más indolora de la que tenga cuenta. Aunque eso sí, como todo buen doctor me prohibió el café y cualquier tipo de irritante (que son mis preferidos), me recetó más antibióticos y desinflamantes y lo peor: me prohibió andar en bicicleta hasta el lunes.
***
En la vida del goloso, el momento preferido del día es la hora de los postres. Es esa misma situación la que, a la postre lo llevará sin escalas al infernal patíbulo de las extracciones, endodoncias y otros procedimientos odontológicos sacados de un cuento de terror que ni el mismo Quiroga pudo imaginar.
Ahora sólo queda ver cuántas piezas más hay que tratar de caries. Estén pen-dientes.
miércoles, 14 de julio de 2010
La importancia de llamarse Darinka
viernes, 18 de junio de 2010
El terrible vicio de subrayar los libros.

sábado, 5 de junio de 2010
Las luces que no se extinguen.



lunes, 1 de marzo de 2010
Y de la bicicleta nació la luz
Texto publicado en el blog de Taller de Prensa III de la FES Aragón
Sólo a golpe de pedal se puede abrir un camino. Mucho más, cuando el camino se tiene que abrir paso entre las tinieblas de la ceguera: es andar a ciegas… montado en una bicicleta.
Organizado por el grupo de ciclistas urbanos Bicitekas y las organizaciones ciudadanas Contacto Braille y Muévete por tu Ciudad, Paseo a Ciegas tiene el propósito de conducir de manera segura a personas con discapacidad visual en un paseo en bicicleta para personas que han perdido la vista.
En punto de las nueve de la mañana comienza la ventura del itinerario, siendo el punto de reunión la glorieta de la Diana. Armados con una carpa, seis bicicletas tándem y herramientas de compostura ciclista, diez miembros Bicitekas esperan la llegada de ellos, los viajeros sin luz.
El primero en llegar es Ricardo García Escalera, invidente de 60 años, quien no tuvo que esperar demasiado para que uno de los choferes lazarillos emprendiera la marcha a la vanguardia de la bicicleta doble. Antes de salir se le dan unas breves instrucciones al paseante y a la cuenta de uno, dos y tres… se lanzan a la aventura sobre ruedas.
Aprendiendo a andar en bici tándem
Conducir una bicicleta tándem no es difícil, pero tampoco es una tarea sencilla. Ernesto Corona, integrante de Bicitekas comentó en entrevista que para llevar a cabo este proyecto tuvieron que dar entrenamiento a los choferes. “En realidad empezamos a organizar todo esto desde mediados del año pasado con cursos de sensibilización y prácticas para que todos aprendiéramos a usar bien las bicicletas tándem; pero se nos fue el tiempo y decidimos empezar en enero” comentó.
La experiencia del paseo a ciegas se vive desde ambos asientos de la bici. El primer paso es volverse ciego por unos instantes. A oscuras, prescindiendo de la luz con una pañoleta en los ojos, se debe de montar la bici y arrancar según las instrucciones de tu guía. El camino es otro cuando se deja de ver: las vueltas, la trepidación del camino y el acto de pedalear y frenar son acciones que pasan de la simpleza de la cotidianidad a una penumbra vertiginosa. Quien conduce, además de volverse los ojos del viajero, es su guardia.
El segundo paso es manejar la bicicleta, de primera instancia con alguien que puede ver, a modo de entrenamiento. Hay que prevenir al paseante de los baches, advertirle de las vueltas y de los frenos. Asimismo, el chofer puede describir el entorno: el contingente de policletos o los niños jugando carreritas; el murmullo de una clase de zumba o la afluencia de ciclistas en el camino.
A rodar el camino
Del mismo modo que los conductores recibieron adiestramiento previo, quien pasea en el asiento trasero debe conocer las dimensiones del vehículo. “Hay personas que perdieron la vista en su vida, pero las conocieron; hay otros que nacieron con esta discapacidad. A ellos se les debe de presentar la bicicleta, porque nunca la han visto” comentó Ernesto.
En el primer grupo se encuentra Jorge Pulido, presidente fundador de Contacto Braille. “Cuando yo veía, de niño, la bicicleta era uno de mis pasatiempos favoritos. La independencia de andar en bicicleta, la velocidad, el viento y la libertad… es insustituible.” Él perdió la vista a causa del glaucoma a los trece años. Ya en su etapa adulta, cuatro años atrás decidió dar un paseo en bicicleta con sus amigos valiéndose de las bicicletas dobles. Así nació Paseo a Ciegas: del deseo irrefrenable de libertad pese a las limitaciones.
Caso aparte se encuentra el pequeño Humberto, de tan sólo diez años, quien nació con discapacidad visual. Llegó de la mano de su mamá y fue Amaranta, biciteka también, quien le mostró la bicicleta que habría de montar, recorriendo el asiento, tocando los pedales, y reconociendo el manubrio con las manos. Y a la misma cuenta de tres, Humberto iluminó los ojos de quienes lo miraron con su sonrisa.
La limitación primera: el hombre De acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), en México, un millón 795 mil personas tiene alguna discapacidad, 26% de ellas visual. Considerada por organismos internacionales como la segunda discapacidad más inhabilitante, la baja visión afecta a 467 mil personas en Nuestro país, de un total de poco más de 700 mil discapacitados visuales.
Pero el primer obstáculo para ellos no es su ceguera, sino la de los demás.
Este domingo fue particularmente difícil poder rodar por Paseo de la Reforma para los ciclistas ciegos y sus choferes lazarillos debido a la grabación del filme “Espacio interior”, para lo cual establecieron su locación a mitad de la avenida.
Miembros de la Secretaría de Gobierno del Distrito Federal trataron de impedir el paso a cualquier ciclista por la avenida y obligaban al paso por la banqueta, violando así la Ley de Tránsito para el ciclista, el cual establece que no se puede andar en bicicleta por las aceras.
Encarando a los ciclistas, tres representantes del GDF –cuyo nombre no quisieron revelar- se presentaron en la carpa para advertir de modo prepotente que no podían circular por el tramo de Reforma que comprende de la glorieta de la Diana al Ángel de la Independencia.
-No vas a pasar por ahí - sentenció amenazante el empleado.
-Vamos a pasar por ahí, porque es espacio público –argumentaron los Bicitekas ante la afrenta.
-Están grabando la película…
- Tú estás completo, tienes todo. Ponte a pensar lo que es no poder ver, vivir hasta casa del diablo y que una sola vez te dieran la oportunidad de andar en bicicleta y que una bola de güeyes te digan ‘no, no puedes pasar porque vamos a filmar en espacio público’. Y no nada más somos nosotros, todos. –replicó Ernesto Corona.
Y terminó la discusión, pero impidieron el paso finalmente, cruzando vallas metálicas de un lado a otro de la calle, finalizando tristemente el paseo dominical.
De cegueras sabe bien Ricardo García, quien tras haber concluido su recorrido comenta que incluso el arribo a Reforma es complicado. “Hoy es la primera vez que vengo, pero llega uno de verdad a ciegas, porque no hay nadie que nos sepa decir dónde está ubicado el paseo”.
Este cuento no ha terminado…
El camino no se cierra aunque el camino esté cercado, y eso lo saben bien los integrantes de Paseo a Ciegas. “La siguiente semana estaremos aquí, como hemos estado siempre, exigiendo que los espacios públicos sean para todos: autos, bicicletas y peatones” señaló Rodrigo, biciteka también desde hace dos años.
Este proyecto inició con apenas dos bicicletas tándem y hoy, gracias a la contribución de grupos ciclistas como Tlatilkas, Bicirrosis y Bici Cerdos, ya son seis los vehículos disponibles y diez choferes capacitados para pasear a cualquier discapacitado visual de manera gratuita.
Cada una de las bicicletas dobles oscila en un precio de 4 mil a 7 mil pesos en el mercado, siendo las más caras las más funcionales por tener un cuadro bajo, para uso más seguro de ciclistas de baja estatura.
Para continuar, además de bicicletas, choferes y paseantes, requieren visión: la de aquéllos que, capacitados para ver el mundo, tengan también los ojos bien abiertos para observar las necesidades de una minoría: los ciegos, que también son humanos y también andan en bicicleta.
http://www.contactobraille.com/
http://www.bicitekas.org/
http://www.muevetextuciudad.org/
domingo, 25 de octubre de 2009
La apoteosis de las caídas II: La maldición de la bici en la que aprendí a andar



miércoles, 23 de septiembre de 2009
Literalgia IV: Ensayo sobre el olvido

Cuando la vulnerabilidad se miró al espejo, encontró olvido transparente. Las memorias en un descuido se diluyeron en la superficie del cristal embustero: la salida fácil del atormentado por la memoria. En la brutalidad de la conciencia más desalmada existe el olvido como ingrediente impío de una lucidez cínica.
Es el olvido el artificio más filoso para la emotividad de los románticos y el abanico que agitamos cuando el bochorno de lo vivido nos colorea las mejillas de desencanto. Refugio de los torpes por excelencia, es la carretera de cuota del destino: hay que pagar con el impuesto de nuestros recuerdos para arribar a la indiferencia. Idilio de los cínicos y panacea de los desesperados; es el último recurso para las almas sin sosiego.
***
Durante días charlamos sobre cómo la lluvia dejó de ser harina de agua cerniéndose tierna en nuestras nucas para volverse una dolorosa convulsión de nubes. La tormenta se llevó en su caudal un montón de papeles sin sentido, un baúl perfumado con las cartas de un viejo amor, y unos vehículos que ya no circulaban de tan viejos. Descompuso el orden impuesto y trastocó nuestros nervios.
Para otros más dichosos, el aguacero fue de besos y el chaparrón fueron caricias sobre la piel. A unos les llovieron verdades y a unos más, la leve llovizna del deseo les alborotó el calor insufrible de la distancia.
Para los más desgraciados, el granizo aplomo de la realidad agujeró el techo de las soberbias más duras y la tormenta fue tan eléctrica que erizó los vellos de la altivez más mundana.
Al final, nuestras ropas despedían ese hedor húmedo de tormenta necia perteneciente un verano que se postergó hasta un punto insoportable.
A todos nos llovió: quedamos empapados del último mendrugo de cielo y de la humedad que las nubes no soportaron.
-Ha llovido tanto estos días…
-Tal vez mañana llueva
-Ojalá y no… -y al decir esto, tiré la sombrilla en el rincón del garaje.
Ese día, las llaves celestes se cerraron y nos olvidamos de la lluvia. Perdimos las anécdotas en el camino pedregoso de la ingratitud olvidadiza. Se reconstruyeron los techos del orgullo y se levantaron las infames columnas de la vanidad. Nos sacudimos las gotas de melancolía de los cabellos y fingimos que la tormenta había pasado. Reescribimos el amor en papel nuevo y usamos la tinta indeleble de lo artificial.
Pero de todo cuanto fingimos aquéllos meses de benevolencia, no nos habría de durar más que una estación. Días ha, percibimos en la atmósfera el aroma azul de la humedad que se avecina ycorrimos a la sombra más cercana a guarecernos de lo inexorable.
***
Cesamos la memoria pluvial con el juicio más despierto de nuestra crueldad; nos hicimos de la memoria corta y arrugamos los papeles de lo aprendido.
Asimismo, olvidamos el huracán de odio de la colectividad, la lluvia de besos en que pusimos el alma y que nadie nos correspondió, el chaparrón de promesas que no nos dio la gana cumplir, el rencor que sobrevino al aguacero de indiferencia y las ganas que nos sobraron cuando finalizó la llovizna de deseo. Fingimos primaveras y edificamos en vano.
Siempre llueve... por más que tratamos de pronosticar los recovecos de la lluvia y de vaticinar a sabiendas de que se nos va a quebrar el corazón cuando granice realidad; siempre, siempre, siempre, andamos sin paraguas… y el recuerdo no ha querido escampar.
lunes, 7 de septiembre de 2009
La Infinita Temporalidad de la Música-III
Sin embargo, el granuja melancólico tiene en ocasiones que meter freno de mano para no apresurarse al abismo del recuerdo petrificante, pues se corre el riesgo de padecer estados psicóticos melódicamente intranquilos. Imagine usted un espasmo que no olvida y empecinado en recordar, sonorizado al gusto del melómano cursilón.
(Yo Darinka, con mi absurda gandallez pisoteada y con toda la crueldad de mi obtusa remembranza; me he visto en la necesidad de sacar de mi Ipod ciertas cancioncitas y sus desasosegados sonsonetes de sueños rancios. Inclusive los desafortunados CD’s han sido empacados en el baúl del olvido más profundo. Aunque aún no haya borrado tales melodías de mi Itunes, han prescindido de la palomita que hace que se reproduzcan en un descuido de la distracción del Shuffle.
Por salud mental, he botado ciertas sinfonías gastadas y tonadas aletargantes. Adiós… Si te vi, ni me acuerdo. No sé cómo va la canción. Se me olvidó la tonada. Abur... lárguese de mi Itunes.
Y no sólo eso. Es increíble cómo en la página de LastFM de un clickazo se puede borrar un año de música. Ahora sí: he terminado mi proceso de depuración musical.)



jueves, 18 de junio de 2009
La Infinita Temporalidad de la Música- I



jueves, 4 de junio de 2009
Carta de Karen a Darinka

miércoles, 6 de mayo de 2009
La Ociosidad Impertinente: De Vuelta a lo Cotidiano

martes, 30 de septiembre de 2008
La apoteosis de las caidas

Por vez primera desde que aprendí a andar en bicicleta tuve que sentir con toda su crueldad lo que se siente caer.
Como todas las caídas que he vivido, ésta fue estrepitosa y en extremo dolorosa.
Lo primero que cayó fue mi hombro izquierdo y rematé con un pequeño rebote de cabeza. Lo siguiente fue llanto y una confusión mezclada con nauseas y mareos, además de una justificada falta de serenidad y pánico por el dolor. Una caída bastante vulgar... muy a lo Felipe Calderón.
La rueda delantera de la bicicleta de Miguel (que era la que yo manejaba en ese momento) desvió su rumbo y chocó contra la estrecha banqueta que rodea el igualmente delgado circuito… súbitamente y sin que pudiera al menos hacer un movimiento para evitarlo, mi cuerpo dio contra el duro asfalto hecho para llantas.
(Yo antes de caer)
Sigo cayendo, sigo cayendo… se cae el mundo y se caen mis historias, se cae mi país y se cae mi semblante, caen los dizque criminales y caen las verdades después. Parece que todo termina por caer aunque en apariencia marche en un par de ruedas.
http://rueda-libre.blogspot.com/ (Por las imágenes robadas)