Como suele pasar con las grandes historias, la humanidad olvidó la época aciaga de las contingencias sanitarias y las pandemias. Guardados en algún archivero distante de los días del porvenir, las numerosas anécdotas de quienes resintieron la invisibilidad paralizante de la enfermedad como síntoma inexorable del fin, conocieron el fino polvo de la indiferencia centenaria.
Pero también, como usualmente pasa con lo acontecido en magnificencia, ya sea por las repercusiones que se guardan en el corazón o por las reminiscencias de un pasado irreparable; una dichosa calamidad ocurrió cuando la memoria se creía carcomida por el desdén.
Paseando por la vieja casa de sus ancestros más lejanos en la ascendencia de un árbol otoñal, una mujer de mi edad y con el mismo mirar nostálgico que yo tengo, escudriñaba en las viejas quimeras de un pasado distante. La vieja casona dejaba adivinar en sus paredes el eco de risas más afortunadas, la humedad antigua de chaparrones menos ácidos y la salinidad de unas lágrimas históricas.
Y así, generaciones tardías a estas palabras, la mujer de este cuento encontró mi viejo cuaderno forrado de notas musicales donde escribo mis memorias y comenzó a leerlo con la misma avidez perversa de quien encuentra por casualidad viejos secretos guardados.
Supo, por los recovecos de mi caligrafía, que la primavera se alarga insoportablemente cuando el candor se guarda a domicilio y el amor fluye más espeso por las venas cuando el recogimiento se prolonga. Tuvo conocimiento de que la polarización es más antigua que los recuerdos y la discriminación en estas fechas no tuvo nacionalidad.
La mañana pasó y la tarde cayó en las páginas leídas por la ansiedad curiosa de la mujer que nació después de mí y que encontró mis palabras cuando la memoria de lo acontecido en mi siglo XXI se hizo corta como este cuento.
Finalmente, ya entrada la noche del día que aún no sucede y que adivino como cierto; la mujer de la que desconozco el nombre regresó a su casa, donde encontró a otra mujer con la misma edad de mi mamá y la misma sapiencia que poseen nuestras madres.
-Encontré el viejo cuaderno de la tatarabuela. Fíjate que hace muchos años hubo una epidemia de influenza en la ciudad.
-Recuerdo que me contaron de eso cuando era chica –dijo la mamá, haciendo el enorme esfuerzo de estirar la memoria aún más allá de lo que no se ha vivido.
Finalmente, como único legado de mis palabras menos lúcidas, supieron que cuando la influenza y sus inmundas calamidades sociales trastocaron nuestras vidas, Dios andaba de vacaciones.
1 comentario:
¿Por la influenza solamente? Nop, dios lleva de vacaciones mucho tiempo. De hecho, lo considero como una "permanent vacation" al mas puro estilo Aerosmith. Nada como la perspectiva internacional para ponerlo en forma: 22 muertos oficiales por influenza; 60 muertos en un solo día por un bombazo en Bagdad.
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