Quien pronostica lluvia contra todas las expectativas y yendo en contra de los rayos del sol, a la postre abre sonriente su paraguas, bajo la atónita y perpleja mirada de los ataviados de primavera. Un día yo habré de abrir mi paraguas aunque no haya de guarecerme más allá de mi propia sombra, y mi sonrisa no tendrá la socarrona mueca de la altivez, y sí la alegría genuina de haber sabido escuchar el profundo rumor de los latidos de mi corazón.
Ahora vienen a decirnos que no, que no es que el fin del mundo esté rondando el calendario; sino que se trata del inminente anuncio del fin de una época y una transformación universal. Pero en mi enfermiza y quizá errónea concepción de los acontecimientos, a como se han sucedido a la expectación de mi mirada desprovista de credulidad, éstos no pueden ser interpretados sino bajo el estigma significativo de un cambio radical, que a mi gusto terminará en el fin de nuestra historia.
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Un gesto tan humano como abyecto es la mezquindad. Características indignas e impropias del comportamiento, rasgos depreciables de la existencia y fechorías ignominiosas. Todos hemos sido presa de las bajezas más sutiles o magníficas, o bien hemos conjurado hazañas ruines a favor del envilecimiento del espíritu: humillaciones y vejaciones que van desde el microcosmos de un salón de clases al padecimiento colectivo de hambre, miseria y olvido social.
¿No es este un indicio del final? Ahora más que nunca, la suciedad, perdón, sociedad, se gasta su desprecio en las bravatas más finas, en la ponzoña desbordante, el placer de matar por matar.
Si bien somos conscientes de un cúmulo de perversiones que forjan maravillosamente el cruel devenir de la humanidad, de nada nos sirve esa consciencia. Ya en alguna de mis pocas clases decía que la apatía de los sectores más marginados no es un síndrome barato.
Estamos conscientes que la discriminación es el camino sin curvas a la perdición, que los recursos naturales son preciados en su calidad de escasos y que como una regla matemática, a más indiferencia, más polarización. Sin embargo, de nada nos sirve sabernos en la antesala del apocalipsis, si apagar las luces es el vano estandarte de la apatía y las utopías se conjuran como reminiscencias de la esperanza.
Es cierto, estimado lector: el mundo se está acabando. No obstante la humanidad seguirá sus impreciso andar por la línea del tiempo y seguiremos en traspiés erróneos al bienestar. Mientras el papel antagónico sea el más preciado y el egoísmo la pauta a seguir en la perfecta orquesta del caos, no cabe duda que son estos los tiempos correctos del preludio del fin del hombre.
No es que yo sea la princesa del cuento o la quintaesencia de la bondad escribiendo la letanía de la redención. Pero en la medida en que la vileza y el egoísmo conduzcan los pasos de una sociedad, colmándolo todo de infamias; al mismo tiempo se traza con huellas indelebles el lúgubre y siniestro desenlace de una historia que quiso tener buenas intenciones.
1 comentario:
DE DÓNDE SALISTE DARINKA? DE QUÉ PLANETOIDE PROVIENES? UNA VEZ MÁS ME LLEVO AGRADABLE SORPRESA Y UN BUEN RATO DE AUTO REFLEXIÓN CON TU TEXTO, ESTELAR ENTRE LAS SUSCRIPCIONES DE LOS BLOGS JEJE.
VAYA, SÍTOMAS DE LA HECATOMBE, ME RECUERDA A MI NECIO ENSAYO DE "EL ABOMINABLE HOMO SAPIENS SAPIENS".
MIS RESPETOS Y SALUDOS.
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