Cuando la vulnerabilidad se miró al espejo, encontró olvido transparente. Las memorias en un descuido se diluyeron en la superficie del cristal embustero: la salida fácil del atormentado por la memoria. En la brutalidad de la conciencia más desalmada existe el olvido como ingrediente impío de una lucidez cínica.
Es el olvido el artificio más filoso para la emotividad de los románticos y el abanico que agitamos cuando el bochorno de lo vivido nos colorea las mejillas de desencanto. Refugio de los torpes por excelencia, es la carretera de cuota del destino: hay que pagar con el impuesto de nuestros recuerdos para arribar a la indiferencia. Idilio de los cínicos y panacea de los desesperados; es el último recurso para las almas sin sosiego.
***
Durante días charlamos sobre cómo la lluvia dejó de ser harina de agua cerniéndose tierna en nuestras nucas para volverse una dolorosa convulsión de nubes. La tormenta se llevó en su caudal un montón de papeles sin sentido, un baúl perfumado con las cartas de un viejo amor, y unos vehículos que ya no circulaban de tan viejos. Descompuso el orden impuesto y trastocó nuestros nervios.
Para otros más dichosos, el aguacero fue de besos y el chaparrón fueron caricias sobre la piel. A unos les llovieron verdades y a unos más, la leve llovizna del deseo les alborotó el calor insufrible de la distancia.
Para los más desgraciados, el granizo aplomo de la realidad agujeró el techo de las soberbias más duras y la tormenta fue tan eléctrica que erizó los vellos de la altivez más mundana.
Al final, nuestras ropas despedían ese hedor húmedo de tormenta necia perteneciente un verano que se postergó hasta un punto insoportable.
A todos nos llovió: quedamos empapados del último mendrugo de cielo y de la humedad que las nubes no soportaron.
-Ha llovido tanto estos días…
-Tal vez mañana llueva
-Ojalá y no… -y al decir esto, tiré la sombrilla en el rincón del garaje.
Ese día, las llaves celestes se cerraron y nos olvidamos de la lluvia. Perdimos las anécdotas en el camino pedregoso de la ingratitud olvidadiza. Se reconstruyeron los techos del orgullo y se levantaron las infames columnas de la vanidad. Nos sacudimos las gotas de melancolía de los cabellos y fingimos que la tormenta había pasado. Reescribimos el amor en papel nuevo y usamos la tinta indeleble de lo artificial.
Pero de todo cuanto fingimos aquéllos meses de benevolencia, no nos habría de durar más que una estación. Días ha, percibimos en la atmósfera el aroma azul de la humedad que se avecina ycorrimos a la sombra más cercana a guarecernos de lo inexorable.
***
Cesamos la memoria pluvial con el juicio más despierto de nuestra crueldad; nos hicimos de la memoria corta y arrugamos los papeles de lo aprendido.
Asimismo, olvidamos el huracán de odio de la colectividad, la lluvia de besos en que pusimos el alma y que nadie nos correspondió, el chaparrón de promesas que no nos dio la gana cumplir, el rencor que sobrevino al aguacero de indiferencia y las ganas que nos sobraron cuando finalizó la llovizna de deseo. Fingimos primaveras y edificamos en vano.
Siempre llueve... por más que tratamos de pronosticar los recovecos de la lluvia y de vaticinar a sabiendas de que se nos va a quebrar el corazón cuando granice realidad; siempre, siempre, siempre, andamos sin paraguas… y el recuerdo no ha querido escampar.
3 comentarios:
Me gustan mucho las metáforas pluviales: "la lluvia de besos en que pusimos el alma y que nadie nos correspondió". Pfff, dolorosa.
"...el refugio de los torpes por excelencia" nada más cierto. Pero también el olvido baña las cabezas plagadas con malos recuerdos... refresca las neuronas para aligerarles la carga. El olvido nos puede hacer más felices, como implícitamente lo has plasmado.
Chale!! ya no sé qué comentar, simplemente me gustó, me alegraste un rato, mil gracias a Ud.
"Siempre llueve..."
Que bonitas palabras ... :)
Publicar un comentario