1.Invasores de atmósferas.
Mi manera de fumar se hizo incorregible a los dieciséis, pero empecé a los quince, edad en la que comenzaron muchos de los vicios que se me hicieron posteridad. Era 2003 y una cajetilla costaba entonces catorce pesos. Todos los bares, antros y demás congales nocturnos estaban segmentados en los que se esfumaban y los que no. La hora preferida en los restaurantes era la de los postres, el café y el cigarro en una sobremesa evaporada de ideas y humo o en la absoluta pasividad del solitario fumador.
Después vinieron esos verdugos de camisetas verdes y aroma a lechuga a expulsarnos a la intemperie con sus leyes, sus advertencias en la pared y sus gazmoñas reprimendas. Hace poco, en una conversación que nunca olvidaré, escuché a Benito Taibo decir que los fumadores somos los nuevos negros en Nueva York en plena década de los cincuenta.
Y esque apenas uno saca un cigarro y ya hay alguien haciendo repelús, resoplando copiosamente aunque apenas haya aire y huyendo de uno cual si fuese un leproso. Otros aún más molestos describen por enésima ocasión cuando visitaron a aquél familiar que murió de modo espeluznante en el hospital, haciendo un minucioso relato de cómo escupían sangre y poniendo énfasis en lo amoratado de sus labios en la eterna letanía del fumador pasivo. Sin embargo, los más recalcitrantes son los ex fumadores: apenas alguien busca fuego para el tabaco, el monstruo en cuestión saca el invisible pero pesado trofeo de su abstinencia con el que golpea con fuertes sentencias al nicotinoide para dar inicio al ignominioso juicio de los contemporáneos: qué si uno ahorra miles de pesos al año dejando de consumir, que si los parches, que si los cigarros eléctricos e incluso los más audaces hasta terapeuta recomiendan.
Lo angustioso de la situación para los chacuacos como yo, es que estas escenas suelen suscitarse en terrazas, jardines o en plena calle: no conformes con sacarnos a un exterior inclemente, tiene uno que fumarse, junto con el cigarro, el consejo del bienintencionado e impertinente no fumador. ¡Afuera, afuera, afuera con su cigarrito!
Dicen que fumar es invasivo, porque uno contamina la atmósfera con pestilentes y tóxicas sustancias haciendo el ambiente imposible para los demás. Yo no sé ustedes, pero no hay nada peor que entrar a un elevador que apesta a colonia barata de oficinista, que ciertas habitaciones estén colmadas de aromatizante a frutas del bosque o alguien dejé una estela de ostentosa fragancia apenas se le ocurre pasar. Sus perfumitos y esencias imitadas también perturban los sentidos…
2.Los derechos del fumador.
Cualquier persona que fuma sabe perfectamente que se está matando a sí misma. Desde la primaria uno tiene la abyecta sentencia de que fumar causa miles de padecimientos irreversibles y aún así nos recetan ratas, niños asmáticos y miembros mutilados en las cajetillas infinitamente ignoradas por quienes disfrutamos del vicio o los que fumamos mecánicamente. Esa clase de mojigatería en las cajetillas no existe en muchos países.
Cada 31 de mayo los noticieros se llenan de especialistas neumólogos, oncólogos y psicólogos que enumeran con escrupulosa precisión las causas de la adicción a la nicotina y cuán nocivo es nuestro amigo favorito.
Están además, los sermones de los papás, los maestros y naturalmente, el de los médicos. Sepa usted que todos mis especialistas son fumadores: de ese modo mehe evitado horas y horas de reprimendas innecesarias.
El que no fuma, está en todo su derecho de no aspirar mi humo. Yo tengo el mismo derecho de quedarme adentro a matarme silenciosa y sigilosa en un tibio interior y no fumarme sus recomendaciones. Tengo derecho a que no se me hagacara de fuchi porque no le hice caso a la clase de educación para la salud. ¿No es como hacerle un gesto repulsivo aun individuo de un grupo minoritario?
Finalmente: Tiene derecho a permanecer callado hasta que mi cigarrillo se consuma.
3.Ni los veo, ni los fumo
Con todo y ser una chacuaca de mediana reputación, ando en bicicleta. Si bien es cierto que las subidas se me hacen pesadas y el aire escasea en una larga pedaleada, el cigarrillo no me hace menos ciclista.
¡Hubieran visto la cara del que me vio fumar mientras montaba mi bicicleta! ¿Es que acaso es una contradicción en términos?
***
El que tiene vocación de humo no aspira a ser menos que fumador. Esfumarse a la menor provocación, evaporarse apenas hay una ventisca, instalarse en los pulmones, ofuscar el olfato y dejar un aroma adonde quiera que se vaya.
El gesto del fumador mientras escribe, al momento de reír, a la hora de exasperarse y sobre todo en instantes de suma tensión o inconmensurable placer consiste en llevar a la boca el cigarrillo deseado. Si no hay boca digna besar o palabra que merezca ser pronunciada, el fumador sabe que no hay alternativa plausible que la del tabaco. O la mota. Oel opio. O el aire... A mí me gusta fumar tabaco y aire.
Es el suspiro un sucedáneo del cigarrillo cuando la nostalgia ya es mucha, cuando no hay opción sino una sala de espera o los recursos son tan escasos como abundante es el oxígeno alrededor.
4. Tipos de humo
Existimos, en orden de importancia, los que fumamos por inercia, los que fumamos por necesidad y los que fumamos por placer. El que es buen fumador pertenece a las tres especies en un momento u otro. El que se autodenomina “fumador social” es un pusilánime que no ha aprendido nada del golpe del humo ni de los golpes de la sociedad… por eso mismo es tan insoportable y patético. El fumador pasivo es un resignado, un condenado a la espesura de otros y a la ligereza de sí mismo: o encuentra cierta empatía con el ambiente enrarecido de sustancias, o siente alguna afinidad por los que fuman.
El que fuma es un distraído con ínfulas de atención y fijeza; un ansioso, una víctima del deseo y la insatisfacción. El fumador es aire. Y siempre anhela ser respirado aún a sabiendas de que acabará en ceniza: ardiente e inútil.
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Me fumo un último cigarrillo. Para un fumador, cada cigarrillo es el último, porque la prohibición está siempre latente y hay en cada pared un símbolo tácito que obliga al deseoso a apaciguar sus ganas.
Gracias por fumarme.
4 comentarios:
Habiendo tantas cosas dañinas en el ambiente que terminarán por exterminarnos de alguna u otra forma, por no hablar de los tiempos violentos y de los accidentes del sino, ¿por qué no poder echarnos un cigarrito?
Me cuesta ser objetiva en una entrada así... ¿Sabes cuál es mi problema? Que tengo olfato de perro. Uso jabón sin aroma, limpio con desinfectante sin cosas florales para no perturbarme porque los aromas fuertes me dan migraña.
Un cigarro para mi es doloroso en mi nariz. Me arde mi garganta. Me revuelve el estómago. Y ni siquiera me lo estoy fumando yo D:
Cuando son sitios públicos, vale, huyo. Pero si es un antro, un restaurante, una reunión con un cliente... para mí es sufrimiento total e innecesario. Un estúpido fumador me arruinó un concierto para el que había esperado meses, porque me dio jaqueca y tuve qué salirme antes de que acabara.
Sé que tienen derecho a su vicio, es legal. Fuera de lo que yo opine de él (sí, tristemente soy una come-lechuga), pero no quiero que lo hagan junto a mi. Que es intolerante, injusto, etcétera, pues a lo mejor sí... pero no quiero.
Comprendo también la situación. Simplemente me parece demasiado que nos echen. ¿No puede haber un espacio con altos índices de contaminación para los fumadores lejos de los que no? Ah...
Vaya... qué agradable entrada :D saludos de parte de otro ciclista fumador.
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