sábado, 31 de octubre de 2009

Literalgia V: De fantasmas y otros espíritus persistentes



A los que murieron sobre ruedas. A los ciclistas fallecidos.





Nunca conocí a nadie como ella. Dejaba entrever en la dolorosa mueca de su risa una profunda tristeza arraigada con los años y la humedad de sus ojos era permanente, como si nunca dejara de llorar. Su piel era de una palidez diáfana y perfecta, donde unas venas azulosas se marcaban como esmalte en un florero de porcelana. Sus manos de pianista y su estatura de modelo contrastaban con el descuido omiso de su cabello de azabache. Con todo, era una mujer hermosa y su desasosiego era el elemento más bello de su semblante.

Para paliar sus ausencias solía excederse con el chocolate y lacerarse el corazón con canciones viejas. Solía escribir epitafios poéticos en las servilletas del café y guardar el riguroso luto de los que no quieren olvidar. Como quien gusta de lo fúnebre, hizo de su corazón el cementerio más próximo a la memoria y volvió la nostalgia su estado de ánimo habitual.

Llegado el día, me invitó a pasar una noche en su casa. Accedí, más que por cortesía, por satisfacer la curiosidad inquieta que me invadió desde que la conocí en la cafetería de mis desdichas y me invitó el expresó que derribó mis nervios.

La atmósfera en su casa estaba perfumada de esa delicia mortuoria del copal. Recordé que era la víspera del día de muertos cuando observé la ofrenda delicadamente acomodada al centro de la sala, ocupando el lugar central de la habitación. Me recibió con la ansiedad inherente a los solitarios y puso en mi mejilla el beso frío de la inquietud más urgente.

Al momento de la cena, me ofreció agua de rosas con un toque de licor y como plato fuerte me sirvió unas enchiladas de jamaica: era su manera de ponerle flores a sus muertos en el camposanto de su alma.

-Te gusta comer flores- dije, intentando no ofenderla
-Es la forma más dulce que tengo de recordarlos
-A tus muertos…
-Sí… a mis muertos. Vivos.

Me despedí en el albor de la borrachera que me brindaron sus rosas. Camino a casa recibí la llamada de un fantasma que estaba igual de ebrio que yo.

***

A esos que no han terminado de irse, porque están tan vivos como las manos que escriben de su ausencia. Nuestros muertos, los que nos dejaron con el permanente nudo en la garganta y las ganas perpetuas de lloriquear. Esos que dejan la estela de sus ojos y el eco de su risa. Más muertos están, porque, aun cuando su corazón sigue latiendo, los hemos enterrado imponiendo la tierra de la distancia. Ellos, que siguen andando pero decidimos llorarles porque no están más ya con nosotros a golpe de desdén y en un descuido del olvido más atroz.

Los otros, los que de verdad partieron a donde no hay más dolores, es más fácil recordarlos, porque dejaron su sombra presente y porque cada que hablamos de ellos, volvemos a darles vida. Porque sólo así les conservamos, hablando de ellos y evocando la dicha de su paso: ellos no se han muerto.

A todos ellos, los que están aunque ya no son y los que son sin estar. Para ustedes nuestras flores y nuestros besos. Porque de fantasmas se van llenando los caminos, y su espíritu sigue colmando nuestros corazones.

Persisten. Dolorosamente persisten.



domingo, 25 de octubre de 2009

La apoteosis de las caídas II: La maldición de la bici en la que aprendí a andar


Esa infame… la malquerida Turbo de Miguel donde aprendí a andar en bici hace ya año y medio me volvió a tumbar en el suelo. Entre ella y yo hay ciertas rencillas irreconciliables que no alcanzo del todo a comprender, puesto que fue en sus pedales donde saboreé la dulzura de la velocidad y por ella soy la ciclista empecinada que soy ahora. Pero también fue ella quien hace un año me tumbó en el Ajusco al más puro estilo presidencial (si quiere usted hacer un poco de memoria pulse aquí y aquí).



La Bici Turbo de Miguel: ¿antipatía?

Todo empezó con mi terquedad más necia de querer pedalear un rato. Hoy no tuve compañía, por lo que me fui andando sola hasta Río Churubusco, donde el Ciclotón me esperaba sin coches de por medio. Me puse mis audífonos y pese a las constantes cuestas que tuve que subir, no paré una sola vez; aunque admito que estuve a medio pelo de expulsar los pulmones por la boca. (Permítanme hacer una pausa para encender mi cigarrillo).

La música escogida al azar por mi IPod estaba de lo más deliciosa y acompasaba los claroscuros variopintos de un día de otoño indefinido que amenazaba con dejarse llover.

Ya en el camino, cierto señor montado en una bici de montaña estuvo a punto de chocar conmigo al cruzárseme de manera impertinente… no pasó de una mueca avergonzada de su parte y el correspondiente torzón de labios darinkiano.


Aquí mi cara de felicidad en Churubusco (y el vecino colado)



Cuando finalmente llegué a Patriotismo, mi boca era poco menos que el Sahara y mis labios eran los pedregales más secos de Arabia. Paré un segundo en el Oxxo para hidratarme y seguí mi camino.

***

El infortunado pronóstico de mi caída estuvo en la música que ignoré conscientemente, porque no hacía juego con el resto de las melodías que había escuchado. Préstele atención al título y dígame si no fue plan con maña de la perversa bicicleta:


Lo que sucedió no pudo haber sido más pueril: el cable de mis audífonos se enredó con uno de mis guantes, al mismo tiempo que caí en una pequeña zanja. El resultado: Darinka cayendo estrepitosamente sobre su lado izquierdo, primero la pierna contra el suelo, ingle chocando con la bici y finalmente pómulo restregándose en el asfalto. ¡Zaz! El IPod se deslizó unos metros adelante, el gatorade lo mismo, unas cosas se salieron de mi bolsillo y la bici quedó con las ruedas viendo al cielo.

Si usted cree que no grité, está equivocado. Lancé un profundo gemido, más que de dolor, de enojo. Al instante pensé “ah, pero qué pendeja soy”.

El primer ciclista que se detuvo resultó ser un truhán de segunda que, al ver mis cosas desperdigadas por la avenida se acercó fingiendo ayuda y con los dedos listos para robar… por eso mismo me levanté en un santiamén y recogí lo que había caído en el descenso: mi IPod, un encendedor y un labial. El pobre ladronzuelo tuvo que conformarse con hurtar mi Gatorade. Acto seguido, un grupo de ciclistas que suelen asistir con regularidad a los paseos dominicales me ofrecieron su ayuda, ésta sí genuina y altruista.

Fue hasta ese momento cuando caí (oh ironía) en cuenta de la magnitud del golpazo, pues aquéllos amables señores se acercaron a preguntarme de forma desinteresada si acaso estaba bien (aunque era obvio que no). Recogieron mi bici y me ayudaron a llegar a la orilla de la avenida. La señora con ojos de almendra y mirada maternal me untó pomada desinflamante en mi pómulo ardiente y me aconsejó irme caminando un rato hasta que se me pasara el susto.

Como ya dije antes, los ángeles andan en bicicleta. En esta ocasión, ellos fueron mis salvadores, si no alados, sí afortunados. Me despidieron los dichosos, con una bendición en los labios y deseándome suerte. Sé que los volveré a ver montados en sus bicis, y en ese momento les expresaré mi infinita gratitud por el cuidado que me tuvieron al verme postrada en el suelo y con la cara inflamada. Gracias, mil gracias.

Era la una con diez minutos cuando me desplomé. En lo que medio me recuperaba me dio la una y media. Supe que ya no podría terminar el circuito, menos por el dolor subiéndome por los muslos y las punzadas intermitentes de mi mejilla. Así que decidí llegar sólo hasta el metro Patriotismo, el mismo que no he vuelto a pisar desde la época aciaga de Nefastófeles (…) Observe usted el trancazo en fresco:


¡No! ¡En la cara no!

Mientras pedaleaba de regreso, la gente volteaba extrañada al escuchar mis gemidos de dolor. Cada pedaleo se me hizo un suplicio, por lo que ignoré las caras de incredulidad molesta de las personas alrededor y me fui lamentando sonoramente.

Seguro usted debe estarse preguntando qué le pasó a la condenada Turbo de Miguel: Nada. Apenas un leve raspón en el asiento y su orgulloso temple de aluminio amarillo y plata sigue intacto. La otra vez sí que salió dañada, pero esta ocasión hasta parece que caí de tal modo que a la bici no le ocurriera nada.

Si usted cree que ahí termina mi tragedia bicicletera, cae usted en un segundo error. Mientras gimoteaba lentamente para llegar al metro, el cielo comenzó a escupirme. Llovió pausado y tupido, de modo que cuando pude al fin guarecerme, ya estaba poco menos que empapada.

Ya en casa, con los sentidos turbados por los medicamentos y los nervios espeluznados por la hazaña, me siento aquí a contarles que mi pierna no tiene un moretón que legitime el dolor que me tiene postrada en esta silla y dopada al punto de la inconsciencia. Pero créanme: caerse de una bici, duele y mucho.

***

Ya fui a hacer las paces con la bici de Miguel. Acordamos que las anécdotas se quedarán sólo en el camino y que evitaremos malentendidos ulteriores si ceso mis intentos de montarla. Vaya pues, es una bici bondadosa y hasta amable, pero no está hecha para la ingenuidad de esta ciclista, necia como ninguna y distraída como ella sola.

Recordamos que el suelo no pierde dureza por más que andemos en él y que las caídas son el signo inequívoco de que el tránsito por nuestra vida es un largo paseo en bicicleta: con caídas y tropiezos; cuestas interminables y bajadas veloces que de tan bellas nos da vértigo.

Es la vida mi mejor paseo en bicicleta, y yo a mis veintidós, sigo aprendiendo. Con todo y las partidas de madre que me llevo en el camino.

***

Mejor me entretengo un rato viendo verdaderas caídas, y no pequeñeces de ciclista dramática como la mía.

martes, 20 de octubre de 2009

Manifiesto



Artículo 22: Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad.

Declaración Universal de los Derechos Humanos


Si no creyese cuando menos un poco en la humanidad, no me tomaría la molestia de escribir un texto de magnitudes libertarias. Aunque esta cita sea un texto muerto de la indolencia complaciente de la que ahora nos quejamos.

Cualquiera que esté o no enterado de la situación, sabe bien que las circunstancias son ya intolerables y alcanzan los excesos de una tiranía rapaz disfrazada de democracia y pluralidad. Basta asomar la nariz fuera de nuestro interiorismo y nuestro cómodo desgano para darnos cuenta que la situación imperante es atroz.

Cargamos con un hartazgo cómplice y permisivo. Nuestras protestas siguen siendo laxas y tienden a desinflarse rápido: la dolorosa punzada de la apatía social. Mi México es un país de protestantes que cargan el vano estandarte de una lucha jamás consumada.

Históricamente, generaciones de bienaventurados han levantado sus puños al cielo y levantado la voz en gritos ante el reino de la desigualdad social. Es entonces cuando el convite Bicentenario se vuelve una celebración a nuestra mediocridad…

Lo que hoy está sucediendo en este país rebasa por mucho la frontera de lo abominable.

No es gratuito que un reducido grupo de personajes vengan ahora a imponernos medidas recaudatorias exorbitantes para un pueblo sumido en su propio desdén social. Ellos están donde están porque se valieron del mismo sistema del que nosotros dependemos sin saber por qué, el mismo que insultamos cada que se nos vacían los bolsillos o se nos excluye de las decisiones inherentes a nuestra sociedad.

Hoy puedo dirigirme al anónimo lector de este blog porque soy de esas “afortunadas” que cuentan con una conexión a internet. Hay quien ha dicho que es el acabose de nuestro siglo y que fomenta la ociosidad del colectivo, entre otros vicios de sus detractores. Hay quien dice que por este medio se puede obtener sabiduría y aprendizaje. Pero ellos dicen que es un lujo…

Efectivamente, somos una espeluznante minoría quienes podemos acceder a internet. Pero ello no significa que sea la opulencia quien hace mejor uso de la red: el peso de nuestra minoría es aplastante en la medida que la libertad se ha trasladó a un mundo virtual. Ante la espléndida ferocidad de los medios convencionales, los que no nos conformamos tuvimos que mudarnos a un estrecho cable, donde hasta hoy las ideas fluyeron con más o menos dificultad.

Somos nosotros, los blogueros y twitteros, los que nos despedimos para siempre del papel, no por convicción ecologista o afán ambientalista, sino porque leemos el periódico on-line a falta de diez pesos para el diario impreso y nos hacemos de libros en pdf ante el encarecimiento ruin de la industria editorial.

Nosotros, los que messengereamos y tagueamos fotos en Facebook por guardar un contacto con las personas que de otro modo olvidaríamos irremediablemente. Nosotros, los que coleccionamos nuestras fotos en un archivo en el aire porque ya no alcanza para guardarlos en álbumes. Nosotros, los que bajamos música a sabiendas que es un hurto… porque debemos elegir entre vestirnos o embelesar nuestros oídos de melodías.

Somos nosotros, esa “lujosa minoría”, los que aprendimos a gastar menos gracias al internet y sus bondades gratuitas.
Por eso hoy les escribo a ustedes, a los que tienen el hábito de leer mis irrealidades que quizá nunca puedan llegar a las librerías y a los que nunca pusieron sus ojos en este blog.

Porque no es justo que encarezcan nuestra ventana más accesible a un mundo que nos ha sido vedado por esa otra minoría: la más feroz y la más cruel… la de los políticos ricos que no saben vivir sin su Blackberry y su laptop para chatear en las sesiones.

Por eso hoy escribo, pero mañana quizá tome acciones más radicales y contundentes. Si hoy guardamos silencio y nos tragamos la idea de que todo se hace a favor de los que menos tienen, los días que vienen en verdad habremos de ser anónimos porque no habrá espacio para nosotros.

Por eso hoy escribo y sólo escribo. Porque es el único modo sensato que tengo de expresar mi furia.


domingo, 11 de octubre de 2009

Silencio...

Silencio.

Los noticieros dijeron que este día habrá de pasar a la historia. El Diario Oficial de la Federación publicó el decreto en que liquida la Compañía de Luz y Fuerza del Centro. Hace un par de horas la transmisión de Milenio Televisión mostró la ocupación de sus instalaciones por parte de la Policía Federal.

Silencio.

Seguro mi pueblo, infelizmente azorado por injusticias, sólo puede aguantar cien años de maltratos.

Avizoro un 2010 sacudido por revueltas sociales.

Habré de ver con mis propios ojos cómo todo se evapora y consume bajo el fuego de una nueva revolución… es el estigma histórico de mi México.

Silencio.

Avenida Insurgentes en cierto tramo cercano a mi Paseo de la Reforma, ha sido tomada por el Sindicato Mexicano de Electricistas.

Silencio.

Mañana pasaré por ese lugar en mi bicicleta… ¿Será que un balazo perdido se me clavará en el corazón? ¿Será que no podré pedalear más allá de mañana y que nunca podré acabar mi tesis de bicis?

Silencio.

No hay peor forma de describir el exterior que haciéndolo tuyo, extrapolándolo a tu sentir, trasladándolo a tu corazón…

¿Cómo me despojo de la cruel estampa de mi país? ¿Cómo me dedico a retratar sentimientos si impera la desdicha social? ¿Hay manera de trazar una línea hacia el bienestar sin sacrificar los hechos que nos trajeron hasta acá? ¿Cuándo comenzará la hemorragia?

Silencio.

Nos hemos convertido en una sociedad silenciosa y sin mucho qué decir, porque los gritos de desasosiego son tan quedos que ni un perro alcanza a oírlos. El olor ácido de la pobreza y la miseria aún no llega al olfato colectivo. El gusto amargo del desasosiego no llega a las papilas de la sociedad. Cuando eso suceda y el ruido por fin se escuche, el hedor se haga insoportable y el sabor nos haga vomitar, entonces se hará la revolución. Eso, casi lo sé, será el próximo año… octubre o septiembre son los meses preferidos por la historia para derramar las armas.

Silencio.

Yo me largo, y no por cobardía. Pelear por ellos es degradante, es una sinrazón de la locura, un exceso de la desmesura. No tiene caso pelear por quienes odian.

Silencio.

Hago mutis. El idealismo ha muerto...

jueves, 24 de septiembre de 2009

Pormenores de una ciclista amateur: Segundo Congreso de Ciclismo Urbano


Estuve a medio pelo de quedarme sin pedalear. En una ciudad desconocida, repleta de rostros tan amigables como extraños, era de esperarse que me costara trabajo conseguir una bicicleta prestada. Eso, aunado a mi ingenuidad e impericia me llevaron a estar a punto de soltarme a llorar mientras todos se encaminaban al paseo ciclista jalisciense. Fue el Segundo Congreso de Ciclismo Urbano el motivo que me hizo encaminarme a Guadalajara una madrugada de viernes al salir de trabajar.

Si los ángeles se mueven entre nosotros, no cabe duda que andan en bici. Así fue su llegada: magistral por inesperada, feliz por pertinente y oportuna, boyante por espontánea. Con todo y que apenas lo conozco, puso frente a mí una bicicleta que a mis ojos se hizo rara, porque nunca me había subido a un artefacto que no tuviera los frenos en el volante y porque soy neófita en los menesteres bicicleteros.

Pero estaba ahí; dispuesta para que le diera vuelo a mi ímpetu de libertad, a mis ansias de camino… a mi exploración ciclista en calles ajenas. Miguel se quedó sin bicicleta porque no tuvimos la precaución de registrarnos con anterioridad y lo mío fue un prodigio de visitante con buena suerte: no cabe duda que lo mío son las coincidencias dichosas.




Salimos a la velocidad que nos confieren nuestras piernas a lo que creo que es el Andador Escorza. Ahí estaba la euforia, la emoción y la alegría de nuestras bicicletas bajo la suave penumbra de un cielo tapatío. Pero llegar hasta ahí fue un vértigo que nunca olvidaré, porque finalmente no he dejado de aprender a andar en bici.

Para empezar, tuve que seguir a otros ciclistas más aguzados entre una Avenida Juárez repleta de autos y dominando los frenos en una bicicleta insospechada. Al llegar al primer semáforo sentí que el corazón se me salía del pecho: casi me llevo a un limpiaparabrisas de crucero. Luego siguió el inconveniente del peso y que no podía acomodar los pedales como lo hago siempre en mi Benotto de montaña.

Pero Darinka Rodríguez no anda en bicicleta por una casualidad. Fueron mi terquedad y mis ganas las que me llevaron a aprender a guardar el equilibrio en una bici a los veintiún años y no antes; de manera que ninguna nimiedad de forma me habría de frenar en mi intento por recorrer Guadalajara en Bicicleta.

Yo no era la única vagabunda defeña perdida en un océano de locales, puesto que varios me contaron sus travesías desde diversas partes del país y del orbe, y todos coincidíamos en nuestro gusto casi religioso por las bicis.

Antes de salir comenzó la sinfonía de las bicicletas cuando al unísono sonaron los timbres… y comenzó la travesía crítica más venturosa, el Critical Mass; un grupo de empecinados ciclistas robándole trozos de calle a las despiadadas máquinas de combustión interna, ganándonos el respeto de los ociosos, estableciendo con un paseo que una calle sin bicicletas es como dormir sin soñar.

Llegamos a una plaza donde todos reunidos en ambiente triunfal levantaron en estandarte más portentoso del albedrío más desenfrenado. Ruedas arribas y el optimismo vociferaba independencia y desapego. Éramos la libertad en bicicleta clamando un espacio para andar.

Unas trescientas bicicletas nos aventuramos a las calles haciendo oídos sordos a los claxonazos, a las mentadas de madre y los insultos de los obtusos, cantando, riendo, soltando consignas de libertad a quien quisiera y a quien no, escucharlas.

Supongo que es una de las formas no sólo más visibles, sino más eficaces de hacerse notar en una sociedad empeñada en motorizarse en pos de un progreso banal, porque arrasa con todo cuanto nos ata a la tierra.

En el camino respiré la soltura de lo insospechado y me sentí tan cómoda aprendiendo a manejar otra bici: la pública, la de todos. Practiqué una nueva forma de frenar, descubrí un nuevo estilo de pedaleo y cultivé el arte de hacer amigos en un par de ruedas.

Esa noche, Guadalajara y sus miles de tapatíos no se bajaron de sus autos, pero vaya que supieron de nosotros.

***

Todas las noches, cuando salgo de trabajar, veo colgada una bicicleta fantasma en la lateral de Periférico en memoria de quien falleció en su bici. Es ésa una de las razones que hacen que los ciclistas nos juntemos y exijamos respeto, porque no se trata sólo de quién puede más, sino de coexistencia. Que ande en bici quien quiera, y en auto el que tenga más prisa, pereza o sea su único recurso. Pero, señores automovilistas: ya es hora de que nos otorguen nuestro lugar en las calles.

Bajo esa y otras premisas se llevó a cabo este congreso, con la experiencia de extranjeros más afortunados, combativos como nadie, con las historias de otras ruedas y otros caminos y con el deseo de montar al mundo en una bike.

Mi estadía en Guadalajara finalizó con el riguroso paseo dominical y una sonrisa de oreja a oreja por la ventura que me dejó en la memoria.

De regreso a mi ciudad, traje conmigo un compendio de entrevistas, fotografías, una lista teléfonos, algunas lecturas, muchas horas de ponencias que estudiar y una camiseta bicicletera.




***

Un año atrás, el Primer Congreso de Ciclismo Urbano pasó en mi Ciudad de México sin que supiera de su existencia, porque andaba pedaleando en la comodidad de mi colonia, tratando de darle equilibrio a mi bicicleta por vez primera. El Segundo que relato me supo a tortas ahogadas. El tercero se avizora donde los ángeles: Puebla. Ya me veo dando traspiés en otra bici prestada y luego yéndome a comer un mole poblano.

Y es que por más que quiera, sigo aprendiendo a andar en bici…




miércoles, 23 de septiembre de 2009

Literalgia IV: Ensayo sobre el olvido


Cuando la vulnerabilidad se miró al espejo, encontró olvido transparente. Las memorias en un descuido se diluyeron en la superficie del cristal embustero: la salida fácil del atormentado por la memoria. En la brutalidad de la conciencia más desalmada existe el olvido como ingrediente impío de una lucidez cínica.

Es el olvido el artificio más filoso para la emotividad de los románticos y el abanico que agitamos cuando el bochorno de lo vivido nos colorea las mejillas de desencanto. Refugio de los torpes por excelencia, es la carretera de cuota del destino: hay que pagar con el impuesto de nuestros recuerdos para arribar a la indiferencia. Idilio de los cínicos y panacea de los desesperados; es el último recurso para las almas sin sosiego.

***

Durante días charlamos sobre cómo la lluvia dejó de ser harina de agua cerniéndose tierna en nuestras nucas para volverse una dolorosa convulsión de nubes. La tormenta se llevó en su caudal un montón de papeles sin sentido, un baúl perfumado con las cartas de un viejo amor, y unos vehículos que ya no circulaban de tan viejos. Descompuso el orden impuesto y trastocó nuestros nervios.

Para otros más dichosos, el aguacero fue de besos y el chaparrón fueron caricias sobre la piel. A unos les llovieron verdades y a unos más, la leve llovizna del deseo les alborotó el calor insufrible de la distancia.

Para los más desgraciados, el granizo aplomo de la realidad agujeró el techo de las soberbias más duras y la tormenta fue tan eléctrica que erizó los vellos de la altivez más mundana.

Al final, nuestras ropas despedían ese hedor húmedo de tormenta necia perteneciente un verano que se postergó hasta un punto insoportable.

A todos nos llovió: quedamos empapados del último mendrugo de cielo y de la humedad que las nubes no soportaron.

-Ha llovido tanto estos días…
-Tal vez mañana llueva
-Ojalá y no… -y al decir esto, tiré la sombrilla en el rincón del garaje.

Ese día, las llaves celestes se cerraron y nos olvidamos de la lluvia. Perdimos las anécdotas en el camino pedregoso de la ingratitud olvidadiza. Se reconstruyeron los techos del orgullo y se levantaron las infames columnas de la vanidad. Nos sacudimos las gotas de melancolía de los cabellos y fingimos que la tormenta había pasado. Reescribimos el amor en papel nuevo y usamos la tinta indeleble de lo artificial.

Pero de todo cuanto fingimos aquéllos meses de benevolencia, no nos habría de durar más que una estación. Días ha, percibimos en la atmósfera el aroma azul de la humedad que se avecina ycorrimos a la sombra más cercana a guarecernos de lo inexorable.

***

Cesamos la memoria pluvial con el juicio más despierto de nuestra crueldad; nos hicimos de la memoria corta y arrugamos los papeles de lo aprendido.

Asimismo, olvidamos el huracán de odio de la colectividad, la lluvia de besos en que pusimos el alma y que nadie nos correspondió, el chaparrón de promesas que no nos dio la gana cumplir, el rencor que sobrevino al aguacero de indiferencia y las ganas que nos sobraron cuando finalizó la llovizna de deseo. Fingimos primaveras y edificamos en vano.

Siempre llueve... por más que tratamos de pronosticar los recovecos de la lluvia y de vaticinar a sabiendas de que se nos va a quebrar el corazón cuando granice realidad; siempre, siempre, siempre, andamos sin paraguas… y el recuerdo no ha querido escampar.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Tarjeta de Cumpleaños

Llevo ya veintidós años de conocerte…

Desde siempre te has llevado todas mis palabras, porque lo primero que alcancé a balbucir fue tu nombre y no he podido dejar de pronunciarlo; desde siempre te has llevado todos mis besos, porque aún cuando estás lejos el beso matutino es por excelencia para ti; desde siempre he despertado con tu voz, porque aún cuando soy yo la distante, el timbre de tu voz resuena en mis oídos, con el sol en la ventana y con el desgano usual del mundo.

Siempre me ha sorprendido la alegría que se refleja en tu mirada, el sabor a cariño de tus sándwiches, esa cálida dulzura en el café que me preparas y la complicidad venturosa de tus consejos. Caramba, si hasta tus regaños me suenan a ternura.

Nunca supiste de álgebra, pero hiciste ecuaciones con los días y multiplicaste tus horas de tal forma, que ni el científico más avezado supo la fórmula que usaste para irte a trabajar y cuidar de mi fragilidad al mismo tiempo. Nunca supiste de química, pero evitaste del cloruro de sodio en la sopa y lo sustituiste por sacarosa en los pasteles.

Sólo tú pudiste enseñarme a rockear, a identificar el arte más sutil y las notas más alegres de una canción, a colorear los días con las crayolas de una sonrisa y espolvorear diamantina de felicidad en los días nublados. Sólo una persona como tú pudo ilustrarme en el arte de la diversión y revelarme cuán fructíferos pueden ser los desvelos bien encaminados. Quién sino tú pudo mostrarme las virtudes de una imaginación elástica, las bondades de un cuento y los secretos guardados en los libros. Me explicaste con paciencia las variables de las palabras bien dichas y expusiste con claridad que más allá de la verdad estamos nosotras.

Y no hay mejor coartada que tu cumpleaños para escribirte. Creo que es más bien un pretexto y no un motivo porque cada que escribo de mí misma es como si hablara de ti. No es que sea tacañería ni un impulso codo, pero no encontré mejor obsequio para tus cuarenta y cinco (chin… ya te balconeé).

Puedo ser cursi, y regalarte el amanecer de cada 10 de septiembre de este milenio. Puedo ser megalómana y regalarte el mundo con toda su hermosura. Puedo ser mentirosa como política y regalarte un ramo hecho con las rosas más rojas que haya de aquí a la orilla del mar. Puedo ser una poeta intransigente y regalarte la luz alegre de mis ojos en una cajita hecha con la noche en verso. Puedo ser ingenua y regalarte un libro, un CD o una casa y creer que con eso estarás satisfecha.

Pero soy realista: te regalo mis palabras, mi primer beso de cada día, mis abrazos más fuertes y más verdaderos y el tiempo que no me sobra, sino que busco para ti.

Porque cada año que celebramos tu cumpleaños, nos empapamos de la alegría de estar juntas, de los momentos que ni con Alzheimer se desdibujan y de la certeza de que no hay mejor relación entre madre e hija, que la escrita con la tinta de nuestra amistad, tejida con los hilos de nuestra complicidad risueña y cocinada en el horno de la dicha.

Feliz Cumpleaños Mami. Te amo de aquí al fin del mundo.




Café con leche. Aquí se nota que estamos igual de locas las dos. Por eso te quiero más: porque estás bien loca.

lunes, 7 de septiembre de 2009

La Infinita Temporalidad de la Música-III


En el ánimo más cursi de los cretinos nostálgicos, no hay vicio más deleitoso que poner una y otra vez las canciones que en el pasado estuvieron cargadas de significación. Hay quien dice masoquismo… yo digo que nos encanta ponernos el pié y sabotearnos la memoria a costa de una ventura pasada. Que hayan pasado ya muchos veranos entre aquéllos momentos y los tiempos como éstos no les resta un gramo de trascendencia.

Sin embargo, el granuja melancólico tiene en ocasiones que meter freno de mano para no apresurarse al abismo del recuerdo petrificante, pues se corre el riesgo de padecer estados psicóticos melódicamente intranquilos. Imagine usted un espasmo que no olvida y empecinado en recordar, sonorizado al gusto del melómano cursilón.

(Yo Darinka, con mi absurda gandallez pisoteada y con toda la crueldad de mi obtusa remembranza; me he visto en la necesidad de sacar de mi Ipod ciertas cancioncitas y sus desasosegados sonsonetes de sueños rancios. Inclusive los desafortunados CD’s han sido empacados en el baúl del olvido más profundo. Aunque aún no haya borrado tales melodías de mi Itunes, han prescindido de la palomita que hace que se reproduzcan en un descuido de la distracción del Shuffle.

Por salud mental, he botado ciertas sinfonías gastadas y tonadas aletargantes. Adiós… Si te vi, ni me acuerdo. No sé cómo va la canción. Se me olvidó la tonada. Abur... lárguese de mi Itunes.

Y no sólo eso. Es increíble cómo en la página de LastFM de un clickazo se puede borrar un año de música. Ahora sí: he terminado mi proceso de depuración musical.)


Nótese la rola que estaba reproduciéndose en el momento... ¿Casualidad?

Ando arrastrando los piés…

Sabe usted bien que el modo Shuffle en cualquier reproductor de música, puede ser el oráculo más acertado o artilugio dtecnológico idóneo para acorralarnos contra la pared de lo acontecido.

Llama la atención que el modo aleatorio de estos programas que hacen las veces de tocadiscos, tenga a mal llamarse SHUFFLE. Busque usted el significado en algún diccionario Español-Inglés y viceversa:

Shuffle:
1 n (a) to walk with a- Caminar arrastrando los piés.
(b) (Cards) barajadura f; to give the cards a – barajar las cartas: whose-is it? ¿a quién le toca barajar?

2 vt (a) feet. Arrastrar.


O Steve Jobs es un mequetrefe o no pudo imaginarse el marasmo en el alma frágil que clickea Shuffle y va arrastrando los piés en cada nota...


2003-2005: Coyoacán en el alma y mi mosaico de musicalidad

Quienes vivieron esos años conmigo saben que fue una de las temporadas más dichosas, extravagantes y memorables de mi vida.

Presenté mi examen para ingresar al bachillerato y sin la menor complicación mis rumbos se trasladaron a las calles de Coyoacán: Corina No. 3 Del Carmen Coyoacán y la Escuela Nacional Preparatoria Número 6 Antonio Caso.

En esa prepa todos eran tan raros y tan ñoños como yo. Albricias.

Necesitaba material nuevo para mi Discman (en esa época, todavía se usaban los discman. Los reproductores mp3, Ipods y demás enseres digitales aún no eran populares).

Supe lo que era el positivismo y lo deseché de mi mente, me hice discípula de la escuela del cinismo y volví a Diógenes mi mentor. El primer año nos quemamos las pestañas con unos 50 libros y los exámenes de historia eran 10 preguntas a desarrollar en 50 minutos: todo el examen escribíamos unas cuatro cuartillas infestadas de historia universal.

Fue ahí donde conocí a mis maestros más entrañables, como Froylán M. López Narváez (no se pierda su columna todos los miércoles en Reforma) o mi gurú, Luis Darío Salas Marín. Caramba… hacen falta profes como ésos en mi Rancho-Escuela.

Basta de ya palabrería que evoca. Vayamos a lo nuestro:


Los Auténticos Decadentes: Si usted no se conmueve con Osito de Peluche de Taiwán… hay tabla.

Mi favorita era La Guitarra, la que coreábamos al unísono cuando íbamos ya en sexto. Y sigo sin querer ir a trabajar, ni estudiar… quiero tocar la guitarra todo el día.

Latin Ska Force: De mis mejores discos en la prepa. Lo descubrí cuando iba en quinto y Ernesto y yo nos hicimos fans. Tiene ese toque de unión latinoamericana y el canto ideológico de libertad de la que todo adolescente es presa en algún momento.

El cover de Esto no es una elegía, La Polka Pelazón, Un Lejano Lugar y Skápate son mis preferidas.

Ely Guerra: Ojos claros, labios rosas. No necesito decir más.

Cuatro Caminos, Café Tacuba: Cuando andaba de cursi, cantaba Mediodía. Cuando andaba alegroide, Eo.

Rocanolver: En tu planeta me quedé… dedicada a Miguel.


El mejor descubrimiento para un adolescente furioso: el Grunge de Nirvana. You know You’re Right y sin faltar: Smells Like Teen Spirit


Los clásicos: Darinka no se puede desprender de sus raíces de cantautores.

Silvio en la prepa fue un hit, porque hablaba de Cuba y yo siempre me opuse al bloqueo. Era como la materialización musical de mi pensamiento que gusta de leer a Kapuscinski, a Galeano y a Fukuyama.

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Otra vez… ¡ahí viene el pop!

Coldplay: The Scientist es la rola popera de la Prepa. Sobre todo por el vídeo.

The Coral: La favorita es Dreaming of You. Hasta en Alfa la pasaban…

Green Day: Siguiendo en mi mood latinoamericanista, me gustaba contradecirme a mí misma cantando American Idiot, aunque bien sabía que eran gringos bien puestos los que escupían al cielo.

SOAD: Para ponerse un poco rudos, nada mejor que Toxicity o Chop Suey.

Evanescence: Cursi-violento de escaparate. Era la época, nomás.

Nelly Furtado: Y la rola que me marcaría hasta hoy: Try. El que es melancólico no deja de serlo aunque pasen los años.

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Aquí viene la mejor parte. Fue en la prepa donde consolidé mi gusto enfermizo por un par de bandas.

En rigor, para mí éstos fueron los discazos de U2 y Depeche en la prepa:


How To Dismantle an Atomic Bomb: ¿Cree usted que el nick de atomicdarinka es gratis? He aquí su origen. Salió en 2004, justo la época en que saqué mi primer mail.

The Best of 1990-2000: La noche de día de reyes del 2003, Miguel me regaló el DVD de este disco. De esos vídeos devino mi gusto, que ya había empezado años atrás, pero que acá se hizo religioso.

The Joshua Tree: Sepa usted que el día 3 de junio de 1987, With Or Without You estaba en el número 1 de Billboard. Ese hecho me marcó.

Este disco es El Disco.

War: Claro… estaba en la prepa. Una y otra vez cantaba Like a Song. Su contenido político me encantaba, la voz rebelde en pos de la libertad, el puño levantado por el domingo sangriento. Finalizando con 40. El disco de los eternos adolescentes.

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The singles 86-98: Con todo y que vivía con 30 pesos al día, me las arreglé para comprarme este disco en Mixup. Fue mi primer CD de Depeche.

101: al escucharlo, siempre me imaginé que estaría un día en un conciertazo de esos. El primero lo viví hasta el 2006. Ya viene el del 3 de octubre.

Playing The Angel: Éste salió en las postrimerías de la preparatoria. Lo incluyo en esta temporada porque lo escuché hasta el cansancio antes de que me hiciera universitaria.

Music For The Masses: A mi gusto, es uno de los mejores de Depeche. Sobre todo por Nothing y Never Let Me Down Again.



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Una vez que uno pasa tres años en esas calles, se lleva a Coyoacán en el alma. Lo que me dejó la prepa, además de un cúmulo de teorías y conocimientos, fue un puñado de amigos entrañables como mi hermanito Ernesto.

Y sí… soy de esas que gustan autosabotearse a costa de la música mientras arrastra los piés. Soy de la clase de cretinas que de un clickazo borra canciones. Soy la clase de bribona que cree en el infinito, porque la misma rola que escuché en 2004 me sigue sabiendo igual en 2009.

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La Música lo es todo, menos el mundo.