miércoles, 5 de noviembre de 2008

La muerte me cayó del cielo. El último adiós a Mouriño

En un mundo ideal, este sería un espacio dedicado a la publicación cotidiana de mi sentir. Pero me doy cuenta que este no es un mundo ideal, como tampoco lo es este blog. Por eso, lejos de redimirme hipócritamente con mis amables lectores por haber dejado tanto espacio entre esta y mi pasada entrega, les relataré con mórbido gusto lo acontecido a sólo una cuadra de mi habitual lugar de trabajo.

Algunas personas me tacharon de imprudente e irreflexiva al decir que el fin del mundo estaba cerca. Dados los sucesos recientes, queda claro que mis vaticinios no estaban tan alejados de ésta, nuestra realidad inmediata.

Pero pasemos al clímax de este relato, lector anónimo, que seguramente es lo que estas esperando.

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Esta tarde, la muerte cayó del cielo a una cuadra de mi oficina. Y pude ver cómo la opacidad del humo de la confusión invadía las calles aledañas a mi quietud, pude escuchar la confusión en la onda radial, ver la ignorancia momentánea en una pantalla y percibir la turbación en el aire: una avioneta cayó justo al centro de Lomas de Chapultepec, cerca del Paseo de las Marchas y la Avenida del inagotable tráfico.

Y al principio pensé que del cielo comenzarían a llover aeronaves, o que el bullicio producido se debía a la nausea de algún piloto distraído.

Lo que vino después fue la confirmación de un evento tan improbable como inimaginado: Juan Camilo Mouriño murió.

Cómo no extrañar mis épocas de vivencia reporteril, cómo no extrañarse de que los hechos sucedan a un paso de mi distracción… por eso, cuando las aguas ya se habían apaciguado un poco, fui a comprobar con mis propios ojos que la muerte se aparece a la vuelta de la esquina.

Y al subir el puente tuve que hacer uso de mi retórica con cara de credencial; pero al bajarlo pude contemplar los trozos de lo que en algún momento fue humanidad desparramados cuán larga la calle es y un torrente de gendarmes tan confundidos como los testigos de aquel impensado suceso. Las inmediaciones de mi cotidianidad estaban cercadas por el ejército y por la policía, y un cúmulo no menos numeroso de reporteros saciaba su sed de imágenes bebiendo lentamente por la lente de sus cámaras.

Quedaba un rastro de humo en las calles y en el aire se respiraba incredulidad. El cielo quedó despejado de nubes y de dudas y en la aceras reinaba un silencio escéptico, pero devastador.

Los pronósticos luego de tan penoso suceso no pueden ser más desalentadores: si eso le pasa al encargado de la política interior de esta nación, los mortales sin fuero estamos condenados a la perdición.

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Lo que más me conmueve, sin duda, es la muerte de Miguel Monterrubio Cubas, quien fuera en vida director de comunicación social de la Secretaría de Gobernación. Lo conocí en Yucatán aquél confuso 2007, cuando era el encargado de la dirección de Prensa Internacional de Presidencia de la República durante la visita de Bush a México y donde se fraguara lo que hoy conocemos como Plan Mérida. Todavía a principios año lo visité en su recién estrenada oficina en Bucareli, cuando me enteré que sería el encargado de la comunicación social en Segob. Y pensar que en apenas un suspiro se esfumó la vida de quien conociste alguna vez y que a solo unos metros de tu calma encontró su intranquilo final. (q.e.p.d.)

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Vaya día fue este 4 de noviembre: México supo de aviones que se desploman y carreras que despegan del otro lado de la frontera. Vaya 4 de noviembre inolvidable para quien escribe estas letras, que hoy del cielo le cayó la muerte y la verdad. Vaya 4 de noviembre para el devenir de un país que no sabe de accidentes pero sí de atentados.

Sea cual sea la inclinación política de quien pase sus ojos por estas letras, no cabe duda que el fin de un funcionario no debe ser su muerte aunque de ahí pueda provenir su gloria. Porque los aviones se hicieron para echarse a volar y no para dejarse caer, no importa quién venga en los asientos.



1 comentario:

Karina dijo...

Este texto está salpicado de la influencia de yasabesquién. Lo cual, definitivamente es bueno.

¿Te fijaste que en Wikipedia habían actualizado los datos de Mouriño a pocos minutos de confirmar su muerte?

El editorial de Carlos Marín en Milenio del 5 de noviembre me parecio terrible, Mouriño pasó de traficante de influencias, al muerto del que todos hablan bien.

Por último: ¿ya viste que el blog de rueda libre surgió para publicitar el libro de Rocks? (Quizás lo sabes, pero me gusta hablar de él)